CAMAGÜEY.- "Estos muchachos, vas a ver, son buenos de verdad", repite de bache en bache el dirigente del Triángulo 1 mientras conduce por mal camino el jeep con que nos hundimos en la jovencísima madrugada de Jimaguayú.
Yo, que ya he aprendido la maldad de los recorridos supervisados por jefes (eso que el profe Julio García Luis perpetuó con el genio de su verbo como periodismo de pastoreo), voy rumiando mis sospechas de ser esperada tras la advertencia que antecede a toda visita laboral cubana que se respete; pero al llegar a Santa Teresa, la finca remota donde pareciera que en cualquier momento uno va a escuchar las tres voces del diablo, unos guajiros sudorosos responden mi "buen día" con cara de susto y con su "mujer, pon a colar café... si hubieran avisado".
Es algo que voy a comprobar luego, hablando de a sorbitos con ellos mientras ordeñan a pulso, una tras otra, sus 47 vacas: Chino y Pocho son tan buenos que los superiores se arriesgan a caerles con extraños a las dos y pico de la mañana, sin comunicación previa.
No son hermanos de sangre, pero los que me los presentan aseguran que desde que se unieron en el 2008 para coger tierras por el 259 hasta hoy no ha habido entre ellos un sí ni un no (que es la manera montuna de decir cuando dos personas se entienden entrañablemente). De antes traían la experiencia del sector estatal: Chino (Yosvany Álvarez) como inseminador, y Pocho (Aníbal Vayán) como veterinario; y debían traer —digo yo— una confianza tremenda como para juntar en un mismo empeño los miles de la venta de sus antiguos apartamentos y empezar juntos a abrirse paso desde la nada.
"Esto que usted ve hoy aquí se tragó de inicio, nada más que la primera semana, unos 23 000 pesos —comenta Pocho. Era una tierra llena de marabú que llevaba más de 20 años inutilizada, y hubo que meterle mano duro. Pero, na', empezamos a producir y a recuperar el dinero. Y como ninguno de los dos tenemos malos vicios, lo que nos iba entrando lo volvíamos a invertir en mejoras tecnológicas o en compra de reses o en semillas para nuevas cosechas, y así fuimos progresando".
Chino le sigue el hilo del cuento: "Es así, llevamos cinco años invirtiendo, porque un negocio como este no es de achante. Ahora mismo en octubre vendimos dos rastras de toros, pero con ese dinero tuvimos que comprar después 40 vacas como en 130 000 pesos. Y desmontar una caballería de marabú te sale en 14 000. No es solo cosa de trabajar duro, sino de saber maniobrar con tus ingresos, y prever, y no malgastar".
Jugando a cuatro manos un ajedrez económico preciso y responsable, Chino y Pocho poseen hoy una vaquería de seis cuartones, techada, cementada y alumbrada por la claridad meridiana de la luz eléctrica, que les permite ordeños puntuales a partir de la una. Con sus ingresos recuperaron además un tanque elevado que les proporciona agua corriente las 24 horas del día, compraron un termo de refrigeración para la leche que les asignó su CCS José Antonio Labrador Díaz, y mantienen reverdecidos cien cordeles de caña y 20 de king grass con que aseguran la alimentación total de sus 200 animales.
vaqueros- camagüeyEn medio de tales condiciones, las vacas de estos dos están dando un promedio diario de cinco litros y medio, aun cuando la primavera no prende. En el 2013, el precio por calidad de su producto osciló cercanísimo a los tres pesos y su aporte a la industria superó los 70 000 litros. No solo de leche va el trabajo de estos hombres: como me aclaran orgullosos, también son fuertes productores de carne y maíz, de yuca y plátano, y de todo cuanto se les ocurre, eso sí, todo contratado siempre con el Estado, a pesar de que a veces —como nos enteramos más tarde aquella madrugada—, Acopio se dé el lujo de rechazarles los frijoles colorados de primera que les da su tierra.
Son así, guajiros de fiar, gente de tesón que si el camino se les complica, arrancan con su leche en cantinas para la carretera, a cazarle la ruta al camión del lácteo que no puede llegarle a los confines de su esfuerzo. A veces, como ahora, no hay ni siquiera lecheras para transportar el producto, y su termo duerme un sueño de inutilidad en espera de que la empresa repare el camino para servir de punto de frío incluso a otros vaqueros de la zona, pero nada de eso los desmotiva. Uno los encuentra igual de sudados que si fuesen los mejores tiempos, drenando ubres a las dos de la madrugada, soñando que este año van a pasar el 100 % de su reproducción de monta directa a inseminada, brindando café y desayuno... aunque nadie les haya avisado.
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