CAMAGÜEY.- El Dr. Rodolfo Emilio Domínguez Rosabal, especialista en Medicina Intensiva y Emergencia, Profesor Instructor y Aspirante a Investigador, de solo 33 años de edad, es de esos jóvenes donde el talento, la entrega sin límites, el humanismo y una sencillez que enamora sobresalen de manera impresionante. Él labora en el hospital clínico-quirúrgico docente Amalia Simoni, de esta ciudad, inaugurado por el Líder Histórico de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz un 27 de noviembre hace 62 años y la primera obra del sector de la Salud con este privilegio fuera de la capital.

Fidel con los trabajadores del hospital Amalia Simoni el día de la inauguración, el 27 de noviembre de 1959.Fidel con los trabajadores del hospital Amalia Simoni el día de la inauguración, el 27 de noviembre de 1959.

“Desde niño jugaba a ser médico y tengo mis antecedentes en la familia, mi tía, la Dra. Mariela Rosabal Gómez, especialista en Medicina General Integral (MGI) y algunos primos igual. Siempre me impresionó ver la humanidad de ellos, cómo salvaban vidas, lo mismo atendían a personas en sus casas que en un cuerpo de guardia, en sus consultas, todo eso fue un incentivo para mí.

“Mi tía me enseñó la disciplina en la carrera de Medicina, me inculcó que siempre debemos llegar temprano a las consultas, a las guardias y nunca faltar, esas fueron mis reglas a seguir para cumplir este sueño”.

¿Por qué la especialidad de Intensiva?

—Para mí la terapia intensiva es la mejor especialidad, la más completa y a su vez arriesgada, de mucha adrenalina, de decisiones rápidas y certeras. El intensivista no puede separarse de esta tríada: ágil, dinámico y creativo, sin olvidar la necesidad de fuertes conocimientos. La vida del paciente depende de fracciones de segundo, o sale bien o sale mal. Y como uno quiere que siempre salga bien hay que estudiar mucho y estar psicológicamente bien centrado porque la realidad es que luchamos día a día contra la muerte y para el intensivista nunca todo está perdido, aunque el enfermo tenga su corazón en parada lo reanimamos por un tiempo prolongado para tratar de recuperarlo.

¿Y si pierden al paciente?

—Resulta terrible cuando muere. Hay quienes dicen que los intesivistas son personas fuertes y duras, mas créame que cuando el enfermo lleva una larga estadía logramos tal interrelación con la familia y él mismo, que si fallece es como si fuera un familiar. En mi caso así lo sufro. Luego a solas queda pensar y rectificar qué más pude hacer y qué llevó al traste su vida, aunque sepa que en ocasiones es imposible salvarlo por mucho que quiera, esa es la realidad e identifica al intensivista, nunca nos rendimos, batallamos siempre.

“Una de las tareas más difíciles es enfrentar a la familia, decirle que su enfermo falleció, si encima de eso es a una madre y su hijo era joven, imagínese, resulta muy duro, el familiar siempre mantiene la esperanza de regresar todos a casa”.

¿Cómo transcurrió su formación?

—Mi pregrado fue en el hospital universitario Manuel Ascunce Domenech, luego de graduado permanecí un año en el municipio de Sibanicú en un consultorio y fue una gran escuela, muchas experiencias lindas y buenos amigos que guardo aún. Regresé al “Amalia Simoni” donde realicé los tres años de la especialidad e hice el servicio social durante un año como intensivista en el hospital Armando Enrique Cardoso, de Guáimaro. Estuve también en Florida en 2018, y volví al “Amalia” en 2019.

¿Ha cumplido misión internacionalista?

—Desde diciembre de 2020 a marzo de 2021 estuve en Panamá al frente de la Brigada Henry Reeve para enfrentar la COVID-19.

El Dr. Rodolfo en primer plano en el acto con el Ministro de Salud Pública antes de salir hacia Panamá con la Brigada Henry Reeve que dirigió. Esa fue la número 50 del año 2020.El Dr. Rodolfo en primer plano en el acto con el Ministro de Salud Pública antes de salir hacia Panamá con la Brigada Henry Reeve que dirigió. Esa fue la número 50 del año 2020.

¿Qué ha sido para usted enfrentar esa pandemia tanto fuera como dentro de Cuba?

—El coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, es de lo más difícil que hemos enfrentado. Ha sido lidiar con lo desconocido y nos ha hecho ir cambiando protocolos en la atención médica durante estos casi dos años de acuerdo con su comportamiento. Nos ha hecho ver el mundo de una manera diferente —y me atrevo a decirlo en nombre de todos— y algo muy importante, aprender cómo cuidarnos para evitar el contagio. Todavía es un gran reto, una escuela y nos ha mantenido estudiando mucho. En este último rebrote nos arrebató muchas vidas y eso duele.

“Hemos tenido que aumentar las capacidades de camas de las terapias intensivas. En nuestro hospital era de siete camas y la llevamos hasta 20. Ello implica más sacrificio de todo el personal médico y de enfermería, igual que del de apoyo en todos los sentidos”.

¿Cuál es su función específica en este caso?

—Estoy al frente del grupo de expertos o de consulta de la provincia para el manejo de la COVID-19, o sea, de los pacientes de cuidado y los graves. Tengo que ver con todas las especialidades, no solo los intensivistas, con muchos profesores de experiencia de quienes escuchamos sus pareceres y que me han tratado con respeto.

“En Panamá, aunque estaba al frente de la brigada, trabajaba con el equipo en Zona Roja; aquí varias veces lo he hecho igual y en los municipios de Florida, Santa Cruz del Sur y Guáimaro porque para interconsultar a los pacientes he tenido que verlos en las propias terapias y así tener más claridad del estado de cada uno. Incluso, la primera persona atendida con sospecha de esa enfermedad en la provincia, y que luego fue negativo, lo atendí en horas de la madrugada”.

¿Cuáles profesores lo han marcado durante la carrera?

—Empecé la ayundantía en terapia intensiva con el Profesor Alexis Culay en la sala de politraumas del “Manuel Ascunce” y otro que me siguió aportando y ayudando mucho fue alguien que no es intensivista, el Profesor Oliverio Agramonte Burón, una cátedra de la cirugía y de la medicina en nuestra provincia. Él siempre me enseñó e, incluso, me regaló libros relacionados con terapia intensiva para que siguiera por un buen camino. En uno de esos libros me escribió como dedicatoria: “Los intensivistas y los médicos en general no podemos direccionar el viento, pero sí podemos ajustar las velas”. Esa frase encierra nuestra labor, nunca la he olvidado y en la situación sanitaria actual menos, porque con nuestro esfuerzo podemos lograr mucho y disminuir el número de fallecidos.

“Después tuve la suerte de hacer la residencia en el hospital Amalia Simoni, aunque confieso que en los inicios quería hacerla en el “Manuel Ascunce”, pues allí me formé, pero tuve la fortuna de que hay un claustro de grandes profesores en todas las especialidades y es buque insignia por su calidad. No puedo dejar de mencionar al Profesor Ernesto de la Paz Carmona, mi tutor desde el primer año de la residencia hasta que terminé la especialidad. Él ha sido un amigo, tutor, jefe de servicio y un padre en esta formación y sigue siendo el ejemplo a seguir como médico por su consagración, disciplina, hábito de estudio y su sabiduría”.

¿Cómo se ha adaptado su familia a estos tiempos?

—Vivo con mi esposa, Arlettis Nathaly Machado García, a quien le agradezco por su paciencia y su apoyo, junto a su abuelita. Por otra parte, en mi casa residen mis dos abuelos, mi mamá y el resto de la familia.

“El cambio de comportamiento con la familia ha sido abismal. Tenía acostumbrado a mis viejos a pasar todos los días por la casa. Ahora hemos vivido uno y hasta dos meses que solo nos comunicamos mediante el teléfono y hasta consultas médicas les he hecho por esa vía como una manera de cuidarlos, son de alto riesgo por ciertas comorbilidades y sus edades.

“Para ellos es difícil, quieren el beso, el abrazo y los momentos de compartir en familia, pero siempre con la comprensión de lo necesario que resulta la atención a los pacientes porque ese que atendemos en la terapia es el papá de alguien, el hijo de alguien, el abuelo o el tío de alguien, y ese alguien puede ser mi familia mañana y tengo que atenderlo como si ya lo fuera y todos lo entienden así.

“Es por eso que las noches son largas y en ocasiones no regreso. Mi esposa lo comprende igual, ella sabe que médico y militar es lo mismo, todo depende de qué se presenta, hay que sacrificarse y tengo que proteger a la abuelita de ella también”.

¿Puede decir que ha sacado algo bueno de esta etapa tan dura que le ha tocado vivir al mundo?

—Lo primero es todo lo que hemos aprendido, y hablo en nombre de mis compañeros, nos ha hecho sacar un extra de nuestra propia humanidad, sustituir a la familia del enfermo, darle cariño, pasarle la mano por su cabeza y explicarle que todo va a estar bien. Hemos crecido como personas y de todos surgieron fuerzas que no creíamos tener ante tantas dificultades. En mi caso, me ha dado la posibilidad de dirigir a un grupo de personas de experiencia que fueron mis profesores, algo que nunca pensé y he logrado con respeto, ecuanimidad y comprensión.

¿Qué vislumbra para los próximos días?

—Vivimos el final de una epidemia y es así como sucede, lentamente. Camagüey ha tenido una meseta alta y mantenida y ya vamos en descenso, estamos en la cola y debe ocurrir con lentitud. Si hay control es así. Hay que agradecerlo, en mucho, a nuestros científicos porque el comportamiento de la pandemia ha demostrado que las vacunas cubanas son efectivas, es evidente la disminución de casos, de la sintomatología, y del número de pacientes graves, críticos y fallecidos.

“Por lo tanto, los próximos días tienen que ser de bajada y eso dependerá también del comportamiento de la población al mantener medidas como el distanciamiento, el uso de mascarillas o nasobuco, el lavado de las manos y empleo de soluciones desinfectantes.

“Hay quienes se piensan libres de contraer la enfermedad, un grave error porque la realidad es que todos estamos en riesgo de enfermar y la diferencia de que ocurra es muy pequeña porque el error que cometemos puede ser tan sencillo como tocarnos un ojo con la mano infectada. El peligro está en cualquier parte.

“La pandemia nos ha obligado a hacer cosas en la vida cotidiana que antes no resultaban importantes y que deben quedarse como comportamientos cotidianos”.

¿Quiere agregar alguna consideración?

—Me voy a referir con modestia a varios orgullos. El primero es que me siento satisfecho de los profesionales camagüeyanos porque hemos ido resolviendo nuestras dificultades ante la pandemia sin ayuda externa.

“También que mi hospital, el “Amalia Simoni”, arriba a su aniversario de ser inaugurado por Fidel, y creo oportuno mencionar que fui como asesor de la comisión de expertos relacionada con la COVID-19 a Santiago de Cuba por unos 20 días al hospital clínico quirúrgico Ambrosio Grillo. Estuve allá el 25 de noviembre del 2020, día de aniversario de la desaparición física del Comandante en Jefe Fidel, y fui a llevarle flores al cementerio. También a la Virgen de la Caridad del Cobre, dos sitios de obligadas visitas para mí”.

Fidel en el comedor del hospital Amalia Simoni el día de su inauguración, el 27 de noviembre de 1959 Fidel en el comedor del hospital Amalia Simoni el día de su inauguración, el 27 de noviembre de 1959