La lucidez y la disciplina de Calixta, dicen los doctores, la hicieron una paciente muy cooperativa y jovial. Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ AdelanteLa lucidez y la disciplina de Calixta, dicen los doctores, la hicieron una paciente muy cooperativa y jovial. Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ AdelanteCAMAGÜEY.- Calixta Hernández Varona sueña con llegar a los 120 años. Dice que si el destino y la suerte la acompañan seguirá celebrando en septiembre otros 16 cumpleaños. Y parece que así será porque ni la sospecha de la COVID-19 que la mantuvo ingresada por más de una semana, le frenaron las ganas de vivir.

Llegó al Hospital Amalia Simoni remitida de su área de salud por presentar síntomas respiratorios. Con 104 abriles y siendo contacto de un cubano americano, los cuidados se reforzaron al máximo y los médicos sintieron suya la misión, como siempre sucede, de devolverla sana a casa.

“Llegó con una neumonía adquirida en su comunidad y se le dieron todas las atenciones descritas de vigilancia por la edad que tiene. Era diabética, hipertensa y presentaba otras enfermedades asociadas como la cardiopatía isquémica. Todas controladas pero aun así muy riesgoso en caso de que resultara positiva”, explicó el Dr. José Mejías Pérez, especialista en Medicina Interna.

El doctor agregó que antes de recibir los resultados negativos de la prueba al coronavirus, se trató con antibióticos de amplio espectro y los protocolos antimicrobianos usados para la COVID-19.

De todos esos tratamientos está agradecida su hija Inés Caballero Hernández quien no se separó nunca de su lado por la limitación que tiene Calixta de no poder caminar.

“Las visitas de los médicos eran constantes y siempre se preocupaban por las dos. Desde el personal del policlínico de Previsora, donde primero fuimos por ayuda, hasta el de este centro, siempre se mantuvo al tanto de cada detalle de su salud. Y aunque somos consciente de la profesionalidad de nuestros doctores con cualquier persona, nos sentimos más cuidadas”.

Dicen que el carácter de Calixta ayudó mucho y su risa alegraba la sala donde estuvo. “Aunque me sentía mal por el catarro, nunca tuve miedo, porque sabía que estaba en buenas manos”. Hoy ya está en su casa por el esfuerzo de los de las batas blancas. Y no se cansa de repetir, agradecida: “Gracias a ellos puedo seguir soñando con mis 120”.