También me pregunté qué responsabilidad tenía el Estado con aquellos ciudadanos que en su momento no hicieron nada útil por la sociedad (y no digo que ese sea el caso de la misiva que llegó a nuestra sección), porque quien trabajó en su juventud tiene asegurada una pensión como jubilado; y, por otra parte, qué le toca a la familia, a veces desentendida de sus quehaceres pero muy exigente con los gubernamentales.
No me sorprendió leer en la Ley 105 de Seguridad Social y en el Decreto 283 que la regula, que en nuestro país no se deja desamparado a nadie, y se protegen, además de a los ancianos, a niños huérfanos, discapacitados, madres con hijos enfermos, familiares de reclusos, entre otros.
Hasta el cierre de octubre en Camagüey, 6 856 núcleos familiares, equivalentes a 9 987 personas, recibían estos beneficios, que incluyen el asistente social a domicilio, los servicios de alimentación, la matrícula y el pago de círculos infantiles, seminternados, casa de abuelos y hogares de ancianos. Un ejemplo poco común es el pago de la electricidad a tres familias cuyos niños viven conectados a equipos médicos que encarecen bastante dicha prestación y no es sustentable con el salario de los padres.
Que el Estado mantenga programas como este es muy gratificante, pero que los consanguíneos dejen al olvido a sus más allegados entristece. La mayoría de los asistenciados, sobre todo los ancianos, tienen familia, esa que según la ley está responsabilizada con sus cuidados: ascendientes, descendientes, hermanos, cónyuges.
En algunos casos también estos necesitan ayuda, pero en otros su solvencia económica les permite jugar un rol decoroso con quien les dio la vida, y aun así alegan descaradamente que no pueden, para después disputarse los pocos bienes que quedan cuando llega la muerte. Y legalmente les corresponden, a pesar de que fue el gobierno quien se hizo cargo del problema hasta sus últimos días sin recibir nada a cambio. ¿Por qué tiene que llevar esa carga? Son sus bondades, las que no se pueden perder.
Es cierto, los ancianos de hoy fueron los jóvenes de un pasado muy distinto, pero los ancianos de mañana serán los jóvenes de hoy: los que trabajan con ahínco por una sociedad mejor, pero también esos que están desvinculados, “negociando” por la calle sin aportar nada útil a la construcción de un mejor sistema.
Son unos cuantos los que vemos cada día en las arterias principales de la urbe, entorpeciendo el paso por las aceras, asediando a los transeúntes con ofertas de cualquier cosa, dejando sin oportunidad de comprar en la rebaja a quien tiene que cumplir un horario laboral. Y este es solo un grupo, está el que se pasa el día jugando dominó, viendo DVD o quién sabe en qué otra cosa, entre las que no incluyo el trabajo por cuenta propia, que bien sabemos que en nuestro país ofrece todos los beneficios del trabajo estatal. ¿Tendrá futuramente el Estado que hacerse cargo de ellos? ¿Lo cree justo?
Vale reflexionar al respecto y pensar en los tiempos que se avecinan, como debe la familia hacerse sentir y atender con amor a los más envejecidos, que a pesar de sus resabios, caprichos y achaques son la raíz del árbol que crece.