A la hora justa el pueblo estaba allí. No para arremeter contra el hermano, como quisieron acusarlo, no. Para defender la Patria, esa Patria soberana e imperfecta de todos que, lamentablemente, no todos han sabido cuidar de verdad.
Aquel domingo, las preocupaciones insatisfechas, la demostrada manipulación desde las redes sociales de Internet, los oportunismos, la confusión... llevaron a escenas que poco hablan de lo que realmente somos, de lo que hemos sido capaces de construir y de crear.
Por eso, aquel lunes, como el domingo, el pueblo salió otra vez a sus calles, las de los revolucionarios, esos que critican, disienten... y transforman. Esa mañana, viendo a la multitud en las plazas, a quienes no han detenido producciones ni servicios en medio de la pandemia y de las escaseces, muchos nos preguntamos cuántos de los que habían salido a protestar la tarde anterior habrían servido como voluntarios en los centros de aislamiento o como mensajeros en las comunidades, cuántos se sumarían a la siembra de alimentos de los domingos, cuántos participarían con sus inconformidades en los espacios de construcción colectiva del país que queremos, cuántos empujan, desde su hacer cotidiano, los cambios que quieren.
Mientras pasaron los días, y mientras en los mismos grupos se incitaba, y se incita, al odio entre compatriotas desconociendo los llamados de personas y del Gobierno a la unidad y la virtud, mucho se ha hablado de la violencia y de cuánto nos duele, y de los derechos, y de la pertenencia de las calles y del país.
Pues sí, Cuba es de todos. A la ciudadanía toda le asiste el derecho de opinar sobre su realidad, de discordar, de protestar, pero a nadie el de agredir, eso no hace más legítimo el reclamo, y mucho menos el de entregar esta tierra, ya sea con obvios pedidos de intervenciones extranjeras o con llamados al cambio de este Gobierno por otro ¿nuestro, y que resuelva por arte de magia las asfixias a la economía, y sin bloqueo ni presiones, y todo eso sin anexión? En verdad sería raro.
Los cubanos hemos demostrado que nuestros problemas, limitaciones y equivocaciones no se resuelven con corredores humanitarios ni con piedras. Por cierto, ¿alguien desde fuera volvió a preguntar por Matanzas y por la COVID-19 después del 11 de julio? ¿Recuerdan que allí empezó el S.O.S? ¡Ah!, pero de teléfono en teléfono andan todavía como verdades irrefutables los videos de la “represión” y de los "desaparecidos" incluso después de desmentidos en televisión nacional.
Nadie aprueba los excesos, suponiendo que hubo alguno, pero fíjense que no muestran el antes ni el después de lo que tanto los irrita. Nadie explica cómo quienes recorrieron el centro de la ciudad de Camagüey incitando con ofensas a la revuelta social se convirtieron de “pacíficos manifestantes” en violentos alteradores del orden ante las consignas revolucionarias de los que piensan distinto a ellos y salieron también a decirlo, esos que fueron apedreados y resultaron acusados de extremistas junto a las fuerzas policiales.
Sí, los estudiantes, los trabajadores, los funcionarios del Partido, del Gobierno y organizaciones sociales que coreaban certezas de la Revolución sufrieron agresiones porque parece que no les asiste el mismo derecho a expresarse, pero eso no está en los teléfonos.
Y son muchos, muchísimos, los que saldrán cada vez que sea necesario. Porque defender las calles no se trata del ente físico, sino del proyecto emancipador e inclusivo que a pesar de sus imperfecciones suma más aciertos y conquistas concretas que fallas. Porque la tranquilidad de nuestros barrios y arterias nunca ha sido responsabilidad solo de la Policía. Porque la vida sin armas y con garantías, la cotidianidad donde los niños juegan seguros en el espacio público y las familias duermen confiadas si sus jóvenes andan de fiesta por la noche, no tiene precio. Porque la apacibilidad de los domingos por la tarde valen cualquier sacrificio. Porque la orden no es al combate entre hermanos, sino a la legítima defensa de esa paz que hemos construido entre los cubanos todos.