CAMAGÜEY.- En la Casa Blanca reside actualmente un gato. Sin embargo, no es norteamericano rellollo: es un felino de origen escocés, por vía materna, y alemán, por herencia paterna.

Muchos se preguntan por qué el aludido gato se encrispa cada vez que se habla de migrantes. Pero el mayor misterio no es ese, sino cómo el animal se mantiene aún en su puesto: en poco más de dos años y medio solo ha conseguido aumentar el malestar, en el orbe y en su propio pueblo.

“El cargo más poderoso del mundo”, cree él con torpeza. Como también cree que los que vivimos al sur de su país somos ratones. Por eso afloran sus félidos instintos en el momento menos esperado y, amenazante, ordena que, en tierras libres, se haga como allá. Y muestra sus dientes. Y sus garras. Y se le eriza otra vez su pelambre amarilla. Como ahora.

Y lo más sorprendente: sin que la mayor parte de este mundo lo cuestione, se suceden sus amenazas una tras otra. ¿Temor o complicidad? Nadie se atreve a arrojarle el primer jarro de agua fría. O caliente. ¿Qué ocurriría en esos casos? ¿Aullaría en inglés? ¿Renunciaría a exigir lo que no puede exigir? ¿Terminarían sus amenazas, bloqueos, engaños, rejuegos politiqueros...? ¿Al menos para los del sur?

En su prepotencia, el gato ha olvidado —ignora, tal vez— dos hechos: uno, del lado de acá no somos ratones y lo hemos demostrado. En todo caso, si tuviéramos que elegir un tótem sería el tocororo o un verde caimán; y ya se sabe por qué.

Y lo segundo: Venezuela no es un traspatio con arena para gatos. Por lo tanto, no puede cercarla para hacer después en ese territorio un parterre a sus propios gusto y conveniencia. El deseo es en sí mismo malsanamente iluso. Sin embargo, todavía el Consejo de Seguridad de la ONU no se ha pronunciado al respecto.

Tal vez la solución para poner fin a las impertinencias del minino esté en manos (¿o en patas también?) de los que más cerca alcanzan, en jerarquía, a la Casa Blanca. Todo el mundo sabe que donde vive ahora el felino, solo habitan burros y elefantes, a intervalos.

¿Serán esos cuadrúpedos los que, puestos de acuerdo, le pondrán el cascabel al gato? ¿Le concederán el golpe de gracia, la patada política que ellos mismos llaman impeachment? Considerar la situación actual de los Estados Unidos podría ser razón más que suficiente para ese fin, sin tener que reparar en las explosivas políticas internacionales de la administración Trump.

Mientras, en Cuba y Venezuela la vida sigue su rumbo; a pesar de cualesquier maullido, rebuzno o barrito desesperados, provengan del norte o de otro punto señalado por brújulas, rosas náuticas o GPS…

El tiempo dirá quiénes son los verdaderos animales, y de cuál especie.