CAMAGÜEY.- Aquel día el mundo se le oscureció. Los médicos le informaron a Elsa Alfonso Expósito que por una complicación su pequeña Lyet había perdido la audición; sin embargo, olvidaba una cosa: la bebé nació en Cuba.
Fotos: Leandro Pérez Pérez/Adelante“En la mayoría de los casos, cuando los miembros de la familia se enteran de que su criatura tiene alguna deficiencia se ponen muy tristes. Y es que todo el mundo quiere lo mejor para sus hijos, sobre todo que estén sanos. En mi caso no puedo negar que fue muy difícil al principio, pero me sobrepuse al dolor y comencé a buscar las formas posibles de ayudar a mi niña”.
Fue entonces cuando la educadora de círculo infantil se interesó más por la enseñanza especial y dejó atrás los diez años dedicados a la primera infancia para, después de una larga preparación, trasladarse a la escuela Antonio Suárez, situada a la salida de la ciudad de Camagüey, en la Carretera Central vía oeste.
“Allí me di cuenta de que esta es una especialidad maravillosa donde puedes contribuir a lograr avances significativos en el desarrollo de los niños, siempre de conjunto con la familia, las distintas organizaciones y la comunidad. Es una sublime profesión de amor, hay que sentir mucho cariño por ellos para ver los resultados, por eso siempre digo que debe estudiarse por vocación”.
Y por esas cosas del destino o quizá por la dicha de saberse útil, la vida quiso agradecerle a Elsa tanta ternura con la noticia de que su hija, al graduarse de noveno grado, trabajaría de auxiliar pedagógica e instructora de lengua de señas en la misma escuela que hace algunos años la vio crecer.
Hoy Elsa es licenciada en Educación Especial y trabaja en la Escuela Ignacio Agramante, de la ciudad de Camagüey. Según ella todo el esfuerzo de los maestros en este tipo de escuelas siempre vale la pena cuando ves a los alumnos en algún centro de trabajo, creando cosas con sus manos, o como su hija, enseñando a ser útiles e independientes a aquellos que tuvieron la suerte de ser “especiales” en Cuba.