CAMAGÜEY.- Por estas fechas hay dos puntos del día que nos definen. Las once de la mañana en el “paralelo” del susto porque saldrá el doctor Durán y todo rasgado nos dirá en su parte que son más los cubanos contagiados; y las nueve de la noche, en el “meridiano” de la gratitud, donde Cuba se conecta para homenajear a sus hombres y mujeres, que en vilo extendido, como Durán, nos vuelven más duros, más sanos.

Resulta un gesto hermoso. En medio de la zozobra y el dolor por las cifras que cada día nos crecen en iguales proporciones, la “locura” de las nueve une, alinea, esperanza. Desde el domingo 29 Serrano conmina, y cada vez en más barrios y más casas la gente delira al instante del cañonazo. Esa es la pandemia que hoy debemos propagar.

Cierto, ellos allá tomando temperaturas, auscultando pulmones, limpiando superficies, procesando análisis, lavando ropas, cocinando los alimentos, no escuchan los arrebatos en portales y balcones; pero a esa hora, en medio de los trajines y el peligro, en medio del aislamiento, mirar al reloj y sentirse recordado debe dar cordura, fuerzas.

En casa estrenamos tarde los aplausos. No supimos de la convocatoria aquel domingo y el lunes se nos pasó la hora. Pero el martes, el martes sí “nos botamos pa’l portal”, y desde entonces las 9: 00 p.m. es la hora preferida de Ximena. “Dale, mami, más video de aplausos”, dice, mientras improvisa otro rosario de gentes y hasta cosas que quiere que salven los “médicos buenos”.

El coronavirus nos ha impuesto más restricciones y más desamparo geográfico: ya no nos entra ni un solo avión, ni un solo turista eufórico por descubrirnos, y por tanto ni un solo centavo extranjero que tanta falta nos hace. Cuba, la de los límites mapeados, está más “sola”, menos mezclada, pero se sobra hasta para repartir a los suyos donde se les necesita. Son 15 brigadas ya, dicen. Es medio millar de gente confiada en que aquí a los suyos les podrán contener el hambre, las necesidades, la pandemia; pero no el impulso, ni la alegría, ni la “demencia”, ni la vida.

Cuba es mucha Cuba. Aquí, donde dicen que se vive del día a día, en claro cuestionamiento de nuestras finanzas; se sigue viviendo sin la “resolvedera” cotidiana. Las colas son las menos; las gentes “callejeando” también; los nasobucos asoman de todos los diseños y colores porque entendemos que vivir resulta diligencia impostergable. Cuba atiende a sus dirigentes y aplica cada recomendación. Cuba es terca, sí, pero noble y entendida, sabia. Hasta sus abuelos. Hasta sus niños.

“Mami, mañana... —y entra en la cuenta, reconsidera. Mami, cuando yo vaya ota vez al cítulo me pones este vestido”, y mi niña señala una bata naranja encendido. Ella sabe que no será mañana, quizás la reclusión tarde más de lo pronosticado, pero una certeza tenemos en este país: viviremos y venceremos. Ese día, cuando Serrano lo anuncie en titulares, cuando la promesa sea un instante quieto, mi niña vestirá de naranja encendido. Yo la acompañaré a su círculo, también en vestido, también en naranja, y seremos dos más en un país de locos y felices.

Estos días aciagos se volverán historia futura de un año bisiesto. En el cuento de la nación no faltarán el resumen de las medidas enérgicas; las imágenes de sus dirigentes explicando cada detalle en cada tarde mientras duró la tormenta; la crónica del doctor Francisco Durán, ese que aun con la licencia de sus años y su hipertensión no se aguanta en casa; no faltarán las entrevistas y testimonios de los muchos profesionales valerosos; ni faltará la recordación de una locura unánime, la del aplauso que nos sanó.