CAMAGÜEY.- Por legado de cultura, la educación en Camagüey devino papel de primer orden en una sociedad que, aun fragmentada en clases sociales, buscó acomodar pedagogía y formación ciudadana.

De ayer no pocos lugareños recuerdan años de la juventud, en la que existían escuelas “públicas”, sufragadas por el Gobierno, junto a colegios privados de todos los bolsillos, niveles y colores.

Por lo regular los centros públicos, casi siempre en angustiosa carestía, estaban habilitados en diferentes repartos de la ciudad y de los seis superiores (símil de las actuales secundarias básicas), que para finales de la década de 1950 tuvimos, cuatro ocupaban el edificio de la actual Academia de las Artes Vicentina de la Torre.

Hubo colegios selectos, y academias de variados niveles sociales. Algunas de estas eran pequeñas escuelas con cuatro o cinco profesores que ofrecían clases desde cuarto hasta octavo grado, preparando a los estudiantes para ingresar al Instituto de Segunda Enseñanza.

Entre las más populares se encontraba la Cisneros, en la Plaza de la Caridad; Zayas, en República y Martí; Enrique José Varona, del insigne educador Abel Escobar, situada en Lope Recio y Finlay; la Academia Riverón, en la Avenida de los Mártires esquina a José Ramón Artola; la Academia Fernández, en Ignacio Agramonte y San Fernando.

Además, (un centro de educación de mediana solvencia, pero muy afamado); la Academia Meruelos, dirigida por dos magníficos y aún recordados hermanos, los profesores Inés y Juan Meruelos; y los colegios Orbea y Avellaneda.Asimismo, existieron algunas escuelas especializadas como la Academia de Música Rafols, que disfrutó de gran prestigio desde su sede en la calle Avellaneda casi esquina a Ignacio Agramonte; la Academia Gregg, para amantes de la mecanografía y la taquigrafía; la Agramonte, inclinada a las Artes Plásticas y la Lavernia, destacada en eventos deportivos.

No había una notable diferencia entre el uniforme de las escuelas estatales y el de las academias privadas, todos sobre la base de pantalón o saya azul oscuro, blusa o camisa blanca con corbata negra los varones; sin embargo, sobresalen las excepciones del colegio Zayas, cuyos alumnos vestían las combinaciones verde y blanco; y del Enrique José Varona, con carmelita y blanco. Hubo colegios que tenían dos uniformes, uno para la temporada de verano y otra para la de invierno; por supuesto eran los que contaban con mejor solvencia económica.

No parece que haya existido un programa único de educación, pues casi todas estas escuelas imprimían conferencias redactadas por los profesores, las que vendían a los alumnos, aunque el Ministerio de Educación editó libros escolares de muy buena factura. Aparte de pagar las mensualidades que por estudiante podían ser de hasta 20 pesos, cobraban los libros y demás bibliografías. Los repasos para exámenes y la posterior preparación para ingresar en el Instituto se abonaban también.

Los centros más pudientes ofrecían servicio de transporte para trasladar a los estudiantes, con independencia de los restantes gastos de la educación, entre estas Zayas, Orbea y Cisneros. Como algunas tenían campos deportivos selectos, en una época fueron muy famosas las competencias en los terrenos del Club Atlético Bernabé de Varona, sitio ocupado ahora por la Sala Polivalente.

De todas esas academias privadas, ocupaban espacio en la élite aquellas pertenecientes a congregaciones religiosas como la Champagnat y las Escuelas Pías, ambas solo para varones, y donde se formaban estudiantes desde el primero hasta concluir el bachillerato, dejándolos listos para el ingreso a la Universidad. Exclusivo para hembras las congregaciones religiosas abrieron varios colegios en la ciudad como Las Salesianas, María Auxiliadora y Oblatas. Las Oblatas, en Carretera Central y Martí, era para niñas negras.

En otro nivel, pero de no poca importancia, está la Escuela de Artes y Oficios, de la congregación de San Juan Bosco, que formó a centenares de jóvenes como obreros calificados y técnicos en las disímiles profesiones.

Una diversidad de escuelas y de posibilidades, mayormente marcadas por el dinero, que nos conduce a la comparación, inevitablemente. ¿La educación que tenemos hoy? Perfectible, sí, pero revolucionariamente superior. En la actualidad, los cubanos gozamos de formación gratuita para todas las razas, niveles y edades. Podemos vanagloriarnos de los círculos infantiles; del rojo y el amarillo, invariables, de la primaria y la secundaria básica; del acceso a la universidad del hijo del campesino como del ingeniero, y del campesino o el obrero si quiere sortear su responsabilidad laboral con la superación. Podemos presumir de aulas para el adulto mayor. Más allá de los obstáculos y las carencias, Cuba es una nación rica en oportunidades para ganar títulos y honores. Somos ricos en los razonamientos, y esa es una fortuna que ya llega a los 61.