ESMERALDA, CAMAGÜEY.- Niurki eligió vivir en el campo. Si bien fue ese el medio en el que nació, en una intrincada comunidad llamada San Juan de Dios, a 12 kilómetros de Esmeralda, la vida le dio la posibilidad de ir a la urbe y vivir allí varios años- pero volvió- porque en ese terruño tiene muchas ataduras sentimentales- su familia.  “Yo creo que soy la única guajira en Cuba que ha vuelto para el monte después de disfrutar las comodidades de la ciudad”- dice en tono de broma esta esmeraldense que,  pasadas ya seis décadas, décadas conserva sus encantos y la alegría de los años mozos.  

Niurki Hernández Ares, sabe que la vida rural es difícil. Nadie tiene que contárselo. Le duelen tantas cosas: el deterioro del camino largo y ruinoso que conecta su comunidad con la cabecera municipal; que el único consultorio le queda distante y a veces- más de lo que desearía- falta en él la bata blanca; que sea prácticamente imposible adquirir en ese lugar recóndito los productos de aseos tan importantes; que tengan tantas tierras buenas en los alrededores perdidas en maleza; que haya pocas opciones de empleo tanto para mujeres como para hombres. Le duele más que todo la desatención a su gente del campo y encuentra en esa realidad la explicación para tanta migración sin retorno. “Espero que eso cambie algún día para que entonces los de las ciudades quieran estar en el aquí y producir alimentos, que mucha falta que hace”.

A pesar de todos esos contratiempos no renuncia. No le importa tener una casa grande y confortable en Esmeralda, ni las muchas oportunidades que representa su ciudadanía española. Ella vive feliz en una casita con ruedas- un tráiler como el de las películas- de poco espacio, pero cerca de los suyos y de su Centro Genético de Crianza de Abejas Reinas, que puso “Santa Susana”, como la finca de los padres. Ese se ha convertido en otro amarre a aquel pedazo de suelo. Cuando lo compró hace ocho años atrás de las abejas solo sabía que picaban duro y producían miel, mas eso no la detuvo. Aquello que fue en los inicios incertidumbre ante lo desconocido es hoy una de sus grandes pasiones, la apicultura. “ Trabajé por mucho tiempo en oficinas, en el central, en el banco. Pero si tuviera la posibilidad de renacer o pudiera retroceder el tiempo y volver a los 15- edad con la que se inició en la vida laboral- sería apicultora otra vez”.

No sabe cómo explicar qué fue lo que la con quitó- tal vez todo. Asegura que el centro de crianza lo olvida todo, pierde la noción del tiempo, se tele transporta. Y quien tiene la posibilidad de visitarlo entiende aquella sensación que describe. Está tan bien cuidado, impecable, lleno de flores bellas de distintos colores- nomeolvides violeta, coralillo rosado, barquito morado- las que además de engalanar el lugar aseguran alimento a las abejas cuando la floración en los alrededores es escasa.  “No estoy en esto solo por el dinero- y no quiere decir que no nos haga falta- sino que para nosotros es mucho más. Disfrutamos tanto todo lo que hemos ido logrando”.

En el centro obtiene como promedio unas 1 200 abejas reinas de enero a diciembre, las que comercializa a través de la Unidad Básica de Producción Cooperativa. Su trabajo constituye una parte esencial en el mejoramiento genético de los apiarios del municipio, lo que influye en el aumento de las producciones de miel.

“De aquí no sé cuando me pueda ir” dice mientras sonríe pícaramente a Rolando Rodríguez Parada, el amor de su vida y su compañero. “Todo el que comienza en la apicultura después no pueden zafarse y muchas veces uno no encuentra explicar por qué. Las abejas son animales increíbles”.