CAMAGÜEY.- El arte de escribir de José Martí acostumbra a los cubanos a interpretarlo en toda su magnitud. Llámese un artículo periodístico, una carta o cualquier otra manifestación en su rico arsenal lingüístico y filosófico.

Cincuenta y cuatro días antes de su caída en Dos Ríos, el 25 de marzo de 1895, demostró su vocación de permanecer en Cuba en carta dirigida a un amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal, fechada en Montecristi.

En esa misiva razonó que las responsabilidades suelen caer sobre los hombres que no niegan su poca fuerza al mundo, y viven para aumentarle el albedrío y decoro, que la expresión queda como vedada e infantil, y apenas se puede poner en una enjuta frase lo que se diría al tierno amigo en un abrazo.

Al profundizar en el tema de su visión patriótica explicó: “De vergüenza me iba muriendo, aparte de la convicción mía de que mi presencia hoy en Cuba es tan útil por lo menos como afuera, cuando creí que en tamaño riesgo pudiera llegar a convencerme de que era mi obligación dejarlo ir solo, y de que un pueblo se deja servir, sin cierto desdén y despego, de quien predicó la necesidad de morir y no empezó por poner en riesgo su vida”.

La fuerza de sus convicciones están sintetizadas en estas frases: “Donde esté mi deber mayor, adentro o afuera, allí estaré yo. Acaso me sea dable u obligatorio, según hasta hoy parece, cumplir ambos.

“Acaso pueda contribuir a la necesidad primaria de dar a nuestra guerra renaciente forma tal, que lleve en germen visible, sin minuciosidades inútiles, todos los principios indispensables al crédito de la Revolución y a la seguridad de la República”.

La visión de Martí es que la dificultad de nuestras guerras de independencia y la razón de lo lento e imperfecto de su eficacia, ha estado , más que en la ausencia de estimación mutua de sus fundadores y en la emulación inherente a la naturaleza humana, en la falta de forma que a la vez contuviese el espíritu de redención y decoro que, con suma activa de ímpetus de pureza menor, promueven y mantienen la guerra, y las prácticas y personas de la guerra.

El argumento a su amigo, al que califica de hermano, va más allá: “La otra dificultad, de que nuestros pueblos amos y literarios no han salido aún, es la de combinar, después de la emancipación, tales maneras de gobierno que sin descontentar a la inteligencia primada del país, contengan ---y permitan el desarrollo natural y ascendente—a los elementos más numerosos e incultos, a quienes un gobierno artificial, aun cuando fuera bello y generoso, llevara a la anarquía y la tiranía.

“Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mi la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber”.

Para comprender mejor esta última cita apelamos a la observación que se hace en Textos Martianos, Edición Crítica, de Cintio Vitier, cuya presentación corresponde al intelectual Ricardo Alarcón de Quesada.

En ese profundo y didáctico texto se subraya la idea: “Compartimos la sagaz observación de la historiadora Hortensia Pichardo, quien en su libro José Martí. Lecturas para jóvenes, señala que esta frase, Martí usa ‘triunfo’ en su sentido original del latín como la fiesta que se organizaba en Roma a los generales después de una gran victoria, y ‘agonía’, en su sentido griego como luchas, combate”.

Los historiadores Pedro Pablo Rodríguez y Juan José Ortega, refrendan en la propia publicación, que esta carta fue publicada por el destinatario, poco después de conocerse la caída en combate del Apóstol, bajo el título: “Carta testamento de un héroe”, en la revista Letras y Ciencias que dirigía Henríquez y Carvajal, el 14 de junio de 1895, en Santo Domingo .

La obra de Martí es tan pródiga que fluye como un manantial que irriga los corazones de hombres y mujeres de bien. Merecido es recordar tal carta que este 25 de marzo cumple 124 años de nacer de las manos y el ideario del genio político, pensador, periodista, filósofo y poeta, creador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la guerra del 95 o Guerra Necesaria.