Dentro de los muchos pasatiempos coleccionables la filatelia es uno de los más universales, pero desde el mismo momento en que el sello postal se convirtió en un valor sobre vinieron intentos de estafas, engaños al fisco y al correo, incluso la falsificación con fines lucrativos. A lo largo de la historia los más célebres casos han sido los mejores timadores, porque pasaron a la posteridad por su maestría en las copias, por eso hoy les brindamos un rápido recuento de tan pícaros personajes.
El primero en la lista es el ítalo-francés Jean de Sperati, el llamado Mozart de los sellos o “el Rubens de la filatelia”, pues llegó a confundir con sus copias a los mejores peritos. Su carrera clandestina alcanzó medio millar de sellos casi idénticos a las más de 100 piezas reales y muy valiosas.
En 1942, Sperati mandó un envío a Portugal y la aduana francesa lo detectó. Fue acusado de exportar obras de arte, y para librarse de la pena tuvo que demostrar que él los falsificaba y no le creían por más que juraba, pues ni los expertos detectaban las “copias Sperati” (él decía que no falsificaba, sino que hacía réplicas). No se libró de la sentencia pero… ya era un viejito. Recibiría un año de cárcel, multa de 10 000 francos y otra de 300 000. En 1954 vendió todas sus falsificaciones y laboratorio, y pasó sus úl-timos años en la abundancia. ¡Le deben una película!
El segundo personaje es el suizo François Fournier (1846-1917), especialista en falsear cuños, marcas postales e imitación de papeles de las estampillas. Logró por mucho tiempo invadir con sus copias a muchísimas colecciones en Europa, fabricó un catálogo con más de 3 500 estampillas, las cuales pasaron a su amigo y empleado Karl Hirschburger, y a la vez en 1928 a la Union Philatélique de Genève (Ginebra) que también preservó su taller, hoy admirado en un museo.
El tercero es el germano estadounidense Nicholas Seebeck. Ya para 1884 había invertido en el Hamilton Bank Note and Egraving and Printing Company y ante la crisis económica en las “repúblicas bananeras” fue hacia ellas con jugosas propuestas. La empresa casi “regalaba” estampillas a países sin suficientes recursos, mediante un contrato por 10 años; las emisiones tendrían vigencia postal por un año y los remanentes deberían ser devueltos a la casa impresora, que también tenía el derecho a conservar las planchas y a editar reimpresiones con fines filatélicos. Así cayeron en la trampa Guatemala, la jurisdicción de Bolívar (en Colombia), República Dominicana, Honduras, Ecuador y Nicaragua.
Todo se complicó cuando Seebeck comenzó a aprovecharse con tiradas extensas, sin cumplir las tarifas estándares; las tiendas fueron inundadas porque para colmo reimprimían. Las administraciones postales cayeron en descrédito y forcejeaban para sacarse el yugo de los ya firmados contratos. No obstante ceder ante las presiones e incluso pedir disculpas, y de que su muerte ocurrió de manera prematura en 1899, millones de ejemplares de la Hamilton quedaron en circulación.
Otro a mencionar es el escocés Samuel Allan Taylor (1838-1913), radicado en Estados Unidos y Canadá, quien comenzó a inventar sellos de supuestas administraciones locales, islas como Príncipe Eduardo, Haití y Hawai.
Mientras eso pasaba, del otro lado del océano el famoso Philip Spiro hizo de las suyas en Alemania. Este último, al frente de la empresa Hermanos Spiro, de Hamburgo, desde 1864 hasta 1880 logró unas 500 reproducciones litografiadas de sellos postales, vendidos a altos precios. Aunque Spiro recibió un juicio “libró” con sanciones mínimas. Los que sí no se salvaron fueron la Banda de Londres: Julian Sarpy, Alfred Bejamin y George Jeffryes, condenados en 1892.
Por España encontramos en el siglo XIX al grabador Francisco Javier Martínez “Ballena” y a sus cómplices, el impresor Vicente Pastor y el cartero Francisco Gomís; con más artimañas estuvo Plácido Ramón de Torres (preso en Alemania y Estados Unidos) y por último Miguel Seguí, quien vendía “facsímiles” para evitar ser condenado.
Además, hubo variantes como quienes se inventaron sellos propios al coronarse como reyes de una isla o región, como los casos del francés Marie-Charles David de Mayrena (autoproclamado rey de Sedang, en Indochina) y el estadounidense James Marden-Hic-key (supuesto propietario de la isla Trinidad, cerca de Brasil).
La lista puede ser mayor y no se detiene hasta hoy, porque a pesar de las lámparas de cuarzo y las medidas de seguridad siempre hay quien se cuela por el ojo de… un sello.