CAMAGÜEY.-Le decían “Chimbín” en el barrio, pero nunca tuvo nombre para el resto de las personas. Nadie sabía que le gustaba jugar ajedrez y tenía, en alguna gaveta, un amarillento título de Ingeniero. Tampoco conocían de su esposa e hijo; que guardaba una colección envidiable de discos de boleristas cubanos y que todo eso lo cambió por un traguito de ron. Nadie lo sabe porque era el “curda” del barrio, el borracho repugnante, el “nadie” que se sentía nada sin la voz de Elena Burke en aquel tocadiscos, reliquia que también vendió cuando el frío apretó el alma.

Quizás por eso en los primeros encuentros de Alcohólicos Anónimos se les dice a los enfermos: tú eres la persona más importante para nosotros, como fórmula ante el desamparo y la desesperanza.

COMPARTIR PARA NO BEBER

Alcohólicos Anónimos (AA) surgió en 1935, en la ciudad estadounidense Akron, cuando un médico --el Doctor Bob S.-- y un hombre de negocios de Nueva York --Bill W.--, ambos pacientes de alcoholismo, descubrieron que compartiendo experiencias con otras personas alcohólicas, ayudando y estimulándolas en su crecimiento personal, podían lograr la sobriedad. En 1939 publican el libro Alcohólicos Anónimos, del que la Comunidad tomó el nombre y cuyo programa se extendió en Norteamérica y el mundo.

El mismo llega a Cuba en los años ‘90, como resultado de las gestiones del Pastor Juan F. Naranjo y su esposa Estela. El 21 de enero de 1993 se funda el primer grupo de AA en la Isla, en la iglesia William Carey de La Habana, con tan solo seis miembros. El grupo Serenidad, fundado el 24 de marzo de 1994, fue el primero en traer ese mensaje a Camagüey, donde actualmente radican seis grupos.

AA se autodenomina “una comunidad de hombres y mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo”. No están afiliados a ninguna secta, religión, organización o institución.

El único requisito para ser parte de Alcohólicos Anónimos es querer dejar la bebida; no existen reglamentos ni disposiciones obligatorias. En sus tradiciones destacan la preferencia hacia el bienestar común y la recuperación personal; sus valores espirituales, aunque no es requisito que sus miembros crean en Dios ni tengan una religión específica; su autonomía y su negación a dar o recibir financiación y, por supuesto, el anonimato de las personas involucradas, como forma de anteponer los principios a las personalidades.

Se llaman hermanos entre ellos, no como un término obligatorio, sino porque son afines de verdad, se hablan por teléfono, se ayudan con sus problemas, son familias de las familias, festejan juntos y, sobre todo, comparten sus historias y dificultades.

Uno de ellos, que puede ser la voz de varios, tiene menos de 30 años, sin embargo en su rostro parece que ha vivido una eternidad: “Es importante que el alcohólico asista a las consultas con el psiquiatra, pero en Alcohólicos Anónimos encuentras otra cosa: hallas personas que están pasando lo mismo que tú, que te entienden y en ese espacio que compartimos juntos, aprendemos unos de otros, nos apoyamos y empiezas a creer posible el dejar de beber”.

DEL ALCOHOLISMO Y SUS DEMONIOS

“Cuando yo llegaba de la escuela, con 16 años, tomaba con mi papá y los muchachos del barrio. No bebía mucho, eran cuatro tragos, pero por ahí comenzó todo. Eso luego se hizo costumbre y yo no entendía que tenía una enfermedad. Quienes dicen que el borracho lo es porque quiere, nunca han estado en nuestra piel ni saben lo complicado que resulta alejarse de la bebida”.

Decidí llamarle Fernando, por cumplir con su anonimato, pero su experiencia es común entre otros integrantes, como la de David:

“Me casé muy joven y con el estrés de la economía familiar y las responsabilidades en el hogar, llegaron las deudas y las discusiones con mi esposa. Tomaba para olvidar esas dificultades y sí, durante mis ‘borracheras’ se me borraba todo. Pero cuando volvía, los problemas seguían ahí y muchas veces, peores, porque me metía en broncas o discutía más fuerte con mi pareja. Si no fuera por ella, que decidió acompañarme, hoy no estuviera contando mi historia a una periodista, sino en una esquina tirado, siendo la burla de todos”.

La muerte de un ser querido, la incapacidad para manejar situaciones de estrés, las dificultades económicas, traumas infantiles, modelos familiares y entornos negativos para el desarrollo de la personalidad, constituyen algunos de los desencadenantes para el alcoholismo. Las pérdidas y las consecuencias, por otro lado, son devastadoras:

“A mí no me dolió tanto mi cambio físico, ni los problemas de salud que arrastro hasta hoy por culpa del alcohol”, me confiesa Daniel. “Ni siquiera perder la casa y los bienes materiales por mis acciones; lo que más dolió fue perder a la gente que amo. Mi familia todavía no me habla y hace ocho años que no pruebo un sorbo de alcohol. Ni vistiendo limpio, trabajando, cumpliendo con los deberes de un ciudadano, ni siendo un mejor ser humano que antes de convertirme en alcohólico, he podido reparar los daños físicos y emocionales que les causé, pero no me permito a mí mismo perder la esperanza.”

Alcohólicos Anónimos, en sus reuniones abiertas, acoge a familiares, amigos y personas cercanas, imprescindibles para su evolución.

“El alcoholismo está definido como una enfermedad sin cura. Hace 28 años me mantengo sobrio, pero sigo siendo alcohólico, es como si mi cabeza tuviera una bomba de tiempo a la que cualquier día, determinada cuestión la puede hacer explotar. Por eso las familias y las amistades se tornan claves para poder vivir con este padecimiento; las recaídas pueden ser letales”.

SER MUJER Y SER ALCOHÓLICA

Aunque varios grupos de AA en Camagüey cuentan con la presencia femenina, a ellas se les hace más complicado aceptar la enfermedad y entrar a la comunidad, porque la sociedad patriarcal las juzga con mayor severidad.

Mayda tiene 48 años; sus ojos, encendidos y tristes: “Me gritaban: negra asquerosa, vete a cuidar a tus hijos; nadie me vio sufrir, nadie me veía como una enferma. No podía parar de tomar y tenía que hacer la comida, lavar la ropa y mantener a dos niños; yo vivía aquel estrés de cualquier madre soltera y trabajadora, pero en mi caso era diferente, porque en mi cabeza estaba el mayor desorden, allí persistía la necesidad de beber, y al otro día, cuando miraba a mis hijos, me sentía culpable; era como un ciclo”.

“Empecé a tomarme unos traguitos para olvidar los problemas de la casa, soy universitaria y me iba muy bien en mi trabajo, pero mi matrimonio era un desastre, cada día él me hablaba más alto, me exigía más, incluso sexualmente ya yo no disfrutaba nada. Un día me sorprendió borracha y me pegó. Ahora veo todo eso después de 12 años sobria y entiendo que fui víctima tanto del alcohol como de la violencia”. Y ninguno de los dos, le respondo a Lourdes mientras a ella se le corta la voz por la emoción, entiende de nivel escolar ni oficio.

24 HORAS DE SOBRIEDAD

--Hola, me llamo Carlos y soy enfermo alcohólico.

--Hola, Carlos.

Así inician sus intervenciones, o tribunas, como prefieren llamarles. Algunos al principio no logran construir una frase completa ni articular palabras, pero se entienden. Así se cuentan sus sueños, historias, amores y debilidades. Así crecen como mejores personas, aprenden a dominar su ego, su ira, los demonios que el alcohol multiplica por mil. Por eso celebran los aniversarios de sobriedad con la misma intensidad y alegría de un cumpleaños, como si no beber fuera un nuevo nacimiento.

No hacen promesas futuras porque el porvenir es incierto para un paciente de alcoholismo, solo se concentran en ganar 24 horas, en decir: hoy no probaré alcohol. Y cuando ya han drenado en sus palabras todo lo oscuro y lo bueno de sí, solo entre los que lo viven, decodifican el verdadero significado de su última frase: “felices 24 horas”.

Alcohólicos anónimos (Mapa)