CAMAGÜEY.- Hace unas semanas pensaba que escribiría estas líneas desde La Habana, quizá desde una esquina del Palacio de las Convenciones; o en la madrugada, cuando tuviera algún chance en el apretado programa, como casi siempre nos pasa a quienes, además de “vestir” de delegados para un evento, no podemos quitarnos el traje de periodistas.
Sin embargo, no pudimos celebrar el aniversario 58 de la Unión de Jóvenes Comunistas pensando y debatiendo cómo hacerla más cercana a los militantes y a los no militantes, cómo hacer que se parezca más a la juventud cubana del 2020. Pero ni la temible COVID-19 podrá contra tantos significados, entre ellos el de significar —por ley de la vida— el último de los cónclaves juveniles con la generación histórica de la Revolución. Nos tocará el inmenso orgullo de decirles, una vez más, que nuestro futuro ha llegado.
Tampoco podrá con la satisfacción de que los acuerdos de la cita anterior no se engavetaron, constituyeron la guía de trabajo en los últimos cinco años. Desde el primero hasta el 59 llegan cumplidos, y no solo en papeles, porque esta organización cambia sin perder sus esencias. Porque no somos los que la fundaron en 1962, pero como ellos creemos en una sociedad diferente y en un mundo mejor sin miserias capitalistas.
A hacer un Congreso diferente nos llama uno de los eslóganes de esta cita, y sí, este 4 de abril marca la diferencia. Ese Congreso diferente lo hacen, ahora mismo, los muchachos de las ciencias médicas con sus pesquisas; los médicos, enfermeros y tecnólogos que no por jóvenes dejan de enfrentarse a los peligros para salvar vidas, lo mismo aquí en el Hospital Militar de Camagüey que en la lejana Lombardía italiana o en cualquier otro lugar del mundo que los necesite.
Lo hacen Claudia, Celeste, Melisa y Esther, cuatro muchachas microbiólogas a quienes el nuevo coronavirus les pasa a diario por sus manos y allí están, sabiendo mejor que nadie los riesgos. El joven obrero de la fábrica o del central azucarero, que no se puede detener porque sabe sus labores vitales para el país, o el campesino que produce sin pausa para que la comida no falte. La diferencia la marca también la muchacha periodista que se supera a sí misma para que el mundo conozca la realidad de los centros de aislamiento en Cuba, que tanto tergiversan, y aquel patrullero que, aun en tiempos del SARS-CoV-2, día tras día sale a velar por nuestra tranquilidad... y el pionero que aprovecha el tiempo en casa viendo la programación educativa que se ha diseñado.
Lo haces tú desde donde hoy te sabes útil, saliendo solo lo necesario, porque eso significa precisamente lo que se necesita, ayudando al abuelo que es más vulnerable a contraer el virus, leyendo un buen libro o aportando al debate en las redes sociales de Internet, un escenario que ni en tiempos de pandemias deja de sernos hostil.
Y cuando todo esto pase, cuando vuelvan los besos y los abrazos, entonces escribiré mis líneas desde allá, en medio de los debates sobre cómo hacer un comité de base que se parezca a sus militantes y a sus muchachos del universo juvenil, y una organización que comunique con los códigos actuales por qué seguir siendo comunistas, sobre todo en días en que los supuestos malos del mundo hemos demostrado cuán solidarios somos. No se puede quedar mal con tanta historia. Nuestro Congreso diferente, va.