CAMAGÜEY.- Por estas fechas la galería Julián Morales, de la Uneac, filial Camagüey, exhibe una suerte canto a la identidad y a la sencillez. Cuelgan en sus paredes imágenes de gente humilde, de personas comunes captadas durante sus labores, de pliegues en el cuerpo y en la ropa, de pelo ensortijado, despeinado y canoso. Cada elemento, gesto o pose espontánea de la muestra Cubano sato, habla de una pequeña historia y explica la psiquis colectiva de una “especie” de hombre marcado por la palabra esfuerzo, en toda su magnitud.
La exposición transita por el uso de la instantánea documental, la antropológica y la artística para desvelar a este “ser” que, desde el punto de vista social y cultural, a veces pasamos inadvertidos por su propio origen. La perspectiva, el manejo de la cámara y los ambientes seleccionados difieren según el estilo de los seis fotógrafos participantes, pero confluyen en su esencia. José Gabriel Martínez, Bradys Barreras González, Gustavo Linares, Leandro Pérez Pérez, Luis R. Ricardo Orcasberro y Giuseppe “Pino” Secchi, configuran, a través del blanco y negro, el concepto de gente modesta que, desde su oficio, suman energía espiritual al país.
En palabras de su curador, Pavel Alejandro Barrios, el proyecto busca “reflejar al individuo sudoroso, persistente, que lucha contra viento y marea por desarrollarse, al cándido, al pueril, pero al mismo tiempo pícaro y vividor. Tomo el término cubano sato prestado de Ernest Hemingway para redefinir, precisamente, desde una expresión populachera a un personaje de pueblo”.
Sin el testimonio visual de su día a día, la apreciación holística de los protagonistas del salón no estaría completa. En algunas obras destacan esos aires de composición pictórica, en los que nos remitimos al tenebrismo, al juego de sombras y luces tenues de los grandes maestros, del siglo XVII, como Caravaggio y José de Ribera. La materialización de estos ambientes, como los capturados por José Gabriel Martínez Figueredo, trasmiten un momento que avanza de lo íntimo a lo sagrado, de la nostalgia a la añoranza y de la soledad a la complicidad de hacer partícipe al público.
En el otro extremo, Giuseppe Secchi se hace del movimiento cotidiano y las prácticas religiosas para auscultar costumbres y motivaciones. Luis Roberto Orcasberro enaltece, con pequeños detalles, lo que podría haber sido una foto normal, en una fecha cualquiera, mientras Gustavo Linares Parrado consigue inmortalizar la ironía con un Charlote -personaje interpretado por Charles Chaplin- que observa compasivo, a un anciano recolector de materia prima, recostado a una pared.
Hay más evidencias del cubano sato en las imágenes de Bradys Barreras González, quien recoge las crónicas del hombre que persiste arreglando su carro antiguo o del señor que, bañado por la luz solar, va saliendo tranquilamente de su humilde morada. De ese viaje al interior del cubano sato, Leandro Pérez Pérez, representa la niñez en dos tiempos. En una de las instantáneas, el punto focal del espectador se dirige a los expresivos ojos de un pequeño y, en la otra, la inocencia y el calor se combinan para conformar un baño a la intemperie.
“Viva el harapo señor, y la ropa sin mantel. Viva el que huela a callejuela…”, canta Silvio Rodríguez en uno de sus temas. Un tributo igual sucede en la exposición de la Uneac, a la gente sencilla, a la poesía que desprenden para hacer próspera, en todo sentido, a una sociedad, a nosotros mismos, porque somos ellos.