CAMAGÜEY.- Un motivo bien camagüeyano me llevó a Ángel Augier en enero del 2007. Realizaba mi trabajo de diploma acerca de una zona de la prosa de Nicolás Guillén y aquel hombre, reconocido como su mejor biógrafo, despertó mi atención por lo rotundo de una afirmación suya. En el prólogo de una edición de Prosa de prisa aseguraba que si el autor de Sóngoro cosongo no hubiera trascendido como poeta, seguramente su prosa periodística habría bastado “para consagrarlo como uno de los escritores representativos de nuestro país, y como el más notable periodista cubano de nuestra época”.
Al principio pensé que sería difícil acceder al prominente intelectual ─Premio Nacional de Literatura en 1991─, mas de pronto me vi conversando en la sala de su casa en Lawton. A sus 96 años de edad el periodista, poeta, ensayista, crítico e investigador literario mostraba una lucidez envidiable. De aquel diálogo extenso compartimos el fragmento que nos permite este espacio.
─ ¿Qué motiva su acercamiento a Nicolás Guillén?
─ Soy de Oriente, de allá de Gibara. Desde muchacho leía mucho. Yo mismo me hice periodista, era corresponsal. Estaba al tanto de todo y a través del periódico vivía la vida habanera. Cuando él publicó Motivos de son y después Sóngoro cosongo me di cuenta de lo que significaban. Era poesía distinta, nueva. En el '32 publiqué mi primer libro en Manzanillo, se lo mandé y le pedí Sóngoro cosongo. Me contestó y ese fue mi primer contacto.
─Usted, ya en La Habana, le facilitó encuentros que se le negaban…
─En el '35 había una situación bastante difícil en la República. Los militares se habían hecho cargo del gobierno. En abril llega el poeta español Rafael Alberti con su esposa. Por indicación, digo yo que de (Juan) Marinello, quien estaba preso, me designaron para atenderlos en nombre del Partido (Comunista).
“Hubo una petición de reunirse con los intelectuales. En la reunión Rafael Alberti preguntó: '¿No está aquí Nicolás Guillén? '. Le tomé la palabra y le dije: 'Mire, no está Nicolás Guillén porque hay alguna idea sobre él equivocada. Podía estar'. Le dije la realidad. Entonces llevé a Nicolás a verlo.”
─ ¿Fue beneficioso para el Guillén poeta hacer periodismo?
─Nadie vive de la poesía. En toda esa etapa del gobierno machadista, no dejó el periodismo. Hacía artículos para Ideales de una raza, una página semanal que publicaba el Diario de la Marina. Fundamentalmente era periodista, que es la profesión más inmediata de un poeta, igual que yo y que muchos poetas que han tenido que vivir del periodismo.
─ ¿Acostumbraba a recordar sus inicios en el periodismo en Camagüey?
─Sí, cómo no. Me contaba de la sección Pisto Manchego, de cómo la hacía y nos reíamos muchísimo. Recordaba mucho eso.
─En la “rutina productiva” del trabajo, ¿qué lo distinguía?
─Cuando era responsable del artículo diario para el periódico Hoy, algo difícil, hacía el trabajo por la mañana en la casa, almorzaba y lo llevaba personalmente al periódico. Entonces por la tarde iba a ver la prueba, hacía modificaciones; a veces iba por la noche antes de la tirada y lo modificaba. Era muy quisquilloso.
─ ¿Encuentra alguna controversia entre su espíritu y su sentido del humor?
─Nicolás era un buen humorista, aunque tenía muchos problemas. Tuvo que luchar contra la cuestión racial, algo que lo abrumaba. Cuando lo conocí había vencido mucho eso. A veces tenía el espíritu tristón. Era interesante que, siendo en el fondo un hombre triste, fuera un formidable humorista. Era capaz de vencer esa tristeza, angustia o melancolía de poeta y de transformarla.
─ ¿Qué extraña de Guillén?
─Fueron muchos años juntos. Después viajó, asumió como presidente de la Uneac y ya no estuve tanto porque tenía otras cosas. Estaba de subdirector del Instituto de Literatura y Lingüística.
─ ¿Se considera uno de sus amigos entrañables?
─Creo que sí. Fuimos grandes amigos, como hermanos.
PIE DE FOTO1: Augier junto a Guillén durante el II Congreso de la Uneac, en 1977.