CAMAGÜEY.- Existe un inmueble en la calle Industria, esquina a San José, habitado por el buen hacer de los ritmos tradicionales. Es la casa de la Compañía Folklórica Camagua, quien ha prestigiado a la cultura de Camagüey y Cuba desde los escenarios más distantes. Sobre los pasos agigantados y la “maquinaria” que la componen, conversa su director, Fernando Medrano Vireya. Habla de la agrupación como si de una gran familia se tratara.

Los antecedentes de esa institución danzario-musical tienen su semilla en Maraguán, conjunto de la Universidad de esta ciudad, Ignacio Agramonte Loynaz. En el año 2011, por decisión de la mayoría de sus integrantes, decidieron dar el salto profesional con la fundación de Camagua, nombre de un árbol representativo de nuestros campos cubanos.

Después de casi una década desandando proscenios y encantando a los públicos más variados, “la Compañía” ha llegado a un punto de madurez. “Sí, pero nuestra renovación es constante”, dice Medrano, y luego sentencia: “Todos aquí hemos crecido. Los jóvenes que se suman aportan mucha frescura y mantienen viva a una agrupación de nuestras características.

“Buscamos hacer el trabajo de teatralización sin perder la esencia del folclor, la limpieza y sincronización exacta de los bailarines. La disciplina es nuestra principal directriz. Sin ella no logramos nada”, afirma seguro Fernando mientras, en el salón de prácticas, los bailarines realizan su rutina de entrenamiento.

Durante los meses estivales, Camagua realizó una extensa gira por Europa. En 66 días esparció su talento en 11 eventos, y más de cien actividades, en Bélgica, Francia, España, Hungría, Italia y Eslovenia. La competencia no fue fácil. Compartieron las tablas junto a compañías tradicionales de 42 naciones que también ofrecieron espectáculos brillantes.

Aunque la pugna por los primeros lugares resultó compleja, la delegación cubana dejó sus huellas. Sus magníficas ejecuciones les valieron la Copa Jeux Folklorolimpiques 2019 y la de la excelencia artística, en el Spectacles du Monde de Port Sur Seone, en Francia. Otro momento significativo fue el recibimiento del Oscar de Folklores a la mejor coreografía, entregado en el Festival Mondiale de Castello de Gorizia,en Italia.

Detrás de cada galardón, laten el esfuerzo y las horas intensas: “Tenemos un horario de trabajo de lunes a sábado de 9:00 a.m. a 1:30 p.m. El programa de los bailarines incluye clases de acondicionamiento físico, de técnicas de danza y de folclor. Después inician los ensayos cotidianos”.

Una ardua labor garantiza presentaciones de calidad; sin embargo, todavía Medrano recuerda, entre la incredulidad y la simpatía el desenlace del importante festival celebrado en 2003, en Dijon, Francia. “Según el criterio del jurado la agrupación no obtuvo la medalla de oro porque era demasiado perfecta. Pero regresamos en el 2007 y ahí sí que nadie nos pudo quitar el metal dorado”.

Sin el respaldo de un claustro capaz, el progreso no hubiera sido el mismo. Se infiere de las palabras del directivo la satisfacción por compartir con los demás profesores el gusto estético y la perfección, hasta el más mínimo detalle, de las coreografías. Expresa cómo para ellos y el cuerpo de músicos ha aumentado la experiencia de forma conjunta con las vivencias negativas y positivas que han encontrado en el camino.

“Como proyecto sociocultural que somos, impartimos clases a un grupo infantil de baile, de la escuela Josué País y, además, contamos con otro juvenil. La mayoría de los que han empezado en el primer escalón han llegado al nivel profesional. Queremos mantener vitales esas iniciativas, aun en el contexto actual, donde los ritmos que interpretamos emulan con géneros como el regetón. Allí está nuestra cantera”, responde convencido Medrano.

Un recorrido por los diferentes espacios del inmueble afianzan la idea de un colectivo enfocado. Desde el salón de práctica se realizan ejercicios de estiramiento, una voz de mando ordena “realizar 20 planchas”, luego adoptan una postura para vigorizar las piernas. En el pequeño taller de costura se escuchan las vibraciones de una máquina de coser. Sí, la vestuarista Eida Costilla Mola y la modista, María del Pino Fernández, reparan, confeccionan y se encargan de la apariencia que, de igual manera, forma parte del espectáculo.

“Como próximos retos efectuaremos una temporada en el teatro Julio Antonio Mella, de la capital y, más adelante, acudiremos a los distintos compromisos que convoca el Viejo Continente”, expresa Fernando. Por lo que vi y sé, no habrá problemas en esas empresas, si la disciplina y familiaridad continúan como inspiración de Camagua.