Como desagravio al horror, sobre la tierra arrasada de Nagasaki los pétalos perennes de miles de corolas amarillas desafían hoy el olvido. En este prado custodiado por abejas y mariposas, justo sobre las cicatrices que aún duelen en la memoria, una pieza escultórica de José Delarra perpetúa la condena de Cuba al holocausto.