En las noches calurosas de Camagüey, todavía habrá quien crea oír el sonido tenue de un violín, como un eco antiguo. Tal vez venga de una peña literaria, o de un rincón donde alguien lea en voz alta uno de esos versos que se burlaban, sin arrogancia, del “versolibrismo” en boga. Ahí estará Mariela. No físicamente, claro, pero sí en la memoria viva de quienes supimos que la poesía podía tener humor, compromiso, ternura, y hasta café amargo.