CAMAGÜEY.- Desde pequeña veía a mamá en una escuela, como profesora y luego directora. Mis juguetes preferidos fueron una pizarra pequeña, la tiza y el borrador; entonces todo el que llegaba a la casa se convertía en mi aprendiz. Crecí en una escuela, estoy hecha de maestros, de los que muy pequeña me trataron como una hija y aquellos que me formaron hasta hoy.

Decidir dar clases no fue fácil, aparecieron los miedos iniciales, el no saber cómo te acogerían los alumnos. De esos profesores que me ayudaron y creyeron en mí está hecho mi camino en el magisterio.

Foto: Cortesía del entrevistadoFoto: Cortesía del entrevistado

DE MENTORES Y APRENDICES

Yosvany Téllez y Margara Moreno son profesores del IPVCE Máximo Gómez Báez. Él se incorporará a sus estudios de Historia del Arte en La Habana el próximo enero, pero reconoce que aquí ha vivido su mejor experiencia hasta el momento. Ella alberga ya 48 años de trabajo, reincorporada desde 2015 tras su jubilación.

Para Yosvany este año ha sido de retos y nuevos aprendizajes, pero ha estado acompañado en todo momento de quien fue y sigue siendo su profesora. “Siempre he tenido la máxima de que la mejor manera de aprender es enseñar, y como estudiante reconozco que la labor de un educador te transforma en todos los sentidos, porque ves la vida de otra forma, aprendes a comprender a las personas, te haces más humano.

“Mi mentora, la profe Margara, me dice siempre que el mejor metodólogo que tiene un profesor es el alumno, ellos al final del camino te hacen saber lo mucho que influiste en sus vidas”.

A su vez, Margara reconoce que dentro de las características fundamentales de un educador debe estar la preparación constante y el dominio del contenido, y también escuchar a los estudiantes, dialogar con ellos, acercarse y conocer sus problemas y preocupaciones. Allí, para ella, comienza el respeto.

DE ANÓNIMOS SE HACE NUESTRA EDUCACIÓN

Todos lo conocen como “mi niño”, por esa manía de decirles así a los que atiende como parqueador en el IPVCE Máximo Gómez Báez, desde hace doce años. Pocos saben que su nombre es Yamir Vega Ramírez, que estuvo en Angola o que dedicó gran parte de su vida al comercio y la gastronomía.

Confiesa que nunca se había sentido tan a gusto en un trabajo, y sus relaciones con compañeros y estudiantes es la mejor.

“Yo también trato de ayudarlos, en lo que puedo. Siempre me ha gustado el inglés, desde pequeño todos en casa sabían el idioma y me motivé a aprender. En Angola lo usaba para comunicarme con los namibios y luego en la Escuela de Turismo. A veces los muchachos acuden a mí para que los ayude con esta asignatura”.

Mis maestros fueron mi tabla de salvación muchas veces, ellos, y muchos de los que de manera extradocente laboran en cada una de las escuelas que me han tenido como alumna o profesora.

Porque cuando la niña pequeña tenía problemas para adaptarse fue el Jefe de Mantenimiento de la escuela quien la llevó por las aulas a “reparar” todo tipo de objetos para que no llorara más. Porque cuando la adulta profesora no tiene un buen día, la empatía del parqueador del IPVCE le saca una sonrisa.

De estos pedacitos estamos hechos todos, del cariño de nuestros profesores, de los que, sin dar clases, nos educan. Pero, ¿de qué estamos hechos los maestros? De cada alumno, de cada mirada de apoyo en nuestros primeros días de clases, de cada confesión de sus problemas más personales, de cada mensaje de agradecimiento.