CAMAGÜEY.- Sintieron temor, sucede muchas veces sobre todo cuando se enfrenta algo que no se conoce, más si se trata de la posibilidad de estar cerca de una enfermedad que mata. Les sucedió y puede que todavía les suceda a algunos de los trabajadores del Hotel Plaza en la ciudad de Camagüey, que desde el 6 de febrero se desempeña como Centro de Vigilancia para viajeros internacionales, extranjeros y residentes permanentes en el exterior.
Allí todo funciona como un engranaje, tiene que ser así para no fallar en nada. La tropa de Merlin Álvarez, su directora, recita los protocolos y los aplica, única forma de salir ilesos de algo que no se ve y cuyo contagio ocurre con el más mínimo error.
Aunque de los 57 viajeros que han hospedado, 33 ya salieron con el PCR del quinto día negativo, ellos bien saben que en la confianza está el peligro.
“Cada uno de los 25 trabajadores vinculados directamente a los huéspedes, desde el personal de la cocina hasta las camareras, sabe lo que tiene que hacer. El protocolo es estricto y tenemos los medios para protegernos, el flujo está bien pensado para que no haya contaminación entre las áreas”, explicó la directora.
El griego Dimitri Saltaferas es uno de los 24 clientes que permanece en la instalación. Lleva unos días y espera al quinto de su llegada a Cuba para que le hagan el segundo PCR. “Es muy importante esto que Cuba dispone para proteger a su población de la COVID-19, me he sentido muy bien atendido aquí y espero salir pronto”, dijo.
Este equipo contactó, también vía telefónica, con la nuevitera residente en el exterior Delgis Pérez. Ella y su esposo esperan a cumplir el tiempo de vigilancia para reunirse con los suyos. “Hay muy buena atención, estamos de maravilla, afuera nos espera la familia que volveremos a ver luego de un año y tres meses de separación, pero ya estaremos más tranquilos por saber que no tenemos el coronavirus”.
En la carpeta la joven Ada Iris recibe a los viajeros. En ese momento comienza la estancia en el hotel que implica un estricto aislamiento. No se puede salir de las habitaciones, desayunan, almuerzan y comen allí, y reciben servicio de coctelería, sin alcohol.
“Yo jamás había tenido una experiencia similar, pero con capacitación y el acompañamiento que hemos tenido, más los medios de protección, cumpliendo las medidas higiénicas saldremos sin contagiarnos. Por mí y por los míos tengo que cuidarme mucho. Debp manipular la documentación del cliente que no sé si está infectado, por eso la ropa que llevo puesta durante el turno me la quito antes de salir del hotel”.
En el segundo piso, en zona limpia todavía, la camarera Teresa se prepara para ir a la denominada Zona Roja, donde están los visitantes. Vestida de verde, con guantes, nasobuco y careta, cuenta que en los muchos años que lleva al servicio del Turismo nunca se había enfrentado algo parecido, “Estuve en el ‘Puerto Príncipe’ y ahora aquí. Tengo el compromiso de no enfermar, pues soy abuela y madre, no puedo llevar la enfermedad a casa”.
Parte esencial del engranaje es el personal de Salud. Entrar en contacto con el paciente durante la visita, tomar la temperatura varias veces al día implica riesgos necesarios, pero se trata de evitar que el virus circule en el país, aclaró la doctora Libia Perpiñán Lluesma, especialista en Medicina General Integral de la Sucursal de Servicios Médicos Cubanos. “Estas acciones nos permiten fortalecer la vigilancia clínico epidemiológica, detectar tempranamente cualquier síntoma y activar el mecanismo creado. Cuando se aísla al viajero se minimizan los riesgos de introducción del virus, eso está demostrado”.
A la rica historia de la emblemática institución hotelera se le suma ahora otra página, escrita por el valor de su gente. Muchos de estos viajeros, cuando todo pase, volverán a la ciudad y recordarán el sitio donde a pesar de cumplir estrictos protocolos sanitarios recibieron el afecto de quienes convirtieron su estancia allí en una "Plaza" de amor y aislamiento.