CAMAGÜEY.- Buscando el fragor del día, asumí trasponer la gran fachada y orientarme en una especie de laberinto peculiar. Me encamino abrigado por sombras y claridades, fundamentos del paralelismo entre dos mundos que discrepando de las leyes matemáticas se yuxtaponen en los proyectos existenciales de sus protagonistas: los videntes, los que ven poco y los que no ven nada. Un desafío en tiempos difíciles que más allá de la curiosidad incita al aprendizaje y valoración del empeño cotidiano.

La jornada comenzó a agitarse en cuanto a temperatura y al bullicio emanado del movimiento que nos caracteriza como seres vivos. Tocando pared izquierda con mi bastón, sentía voces que entraban y salían por aquí o por allá y como autómata curioso decidí emular con los investigadores para que nadie me hiciera un cuento más. Abrí una puerta, en el interior me abrazó cierta mescolanza de humedad con silencio. Un breve reconocimiento del entorno me dio la certeza de que estaba en un recinto computarizado y tan discreto que entré y salí para no ser requerido, pero ya afuera alguien cuya voz no me es conocida, después del saludo mañanero, sonrojó mi conciencia por culpa del atrevimiento.

Sin embargo reemprendí la marcha logrando sortear dos obstáculos, más bien desniveles del suelo y también puertas eclécticas y columnas de aspecto colonial. Tras un nuevo giro a la izquierda tuve la sensación de adentrarme en un espacio jerárquico. Palpé estructuras con ese olor peculiar de los papeles, asientos, con almohadillas y hasta una silla giratoria. Cavilando en cómo llamar la atención en este recinto me sorprendieron unas voces a puerta cerrada.

─Oye, compadre, hay que meterle el güiro al Reglamento Electoral porque en La Habana no podemos hacer papelazo. Allá tenemos que demostrar por qué somos provincia vanguardia.

Ya me había parecido este un espacio jerárquico. Cómplice del silencio fui dando marcha atrás, cuando estuve afuera traté de escurrirme en una cola donde al instante me enteré que los allí reunidos eran directivos entregando dinero y documentos provenientes de la cotización, mientras rezaban por la agilidad de los económicos para lidiar con ese demonio cuyo nombre es Terminal Ferromnibus.

No obstante las preocupaciones cotidianas de un país con muchas dificultades inducidas desde afuera y potenciadas con errores de adentro, esta cola se pone interesante como todas y hago tiempo porque aquí se habla desde un ciego que arregló solito su techo hasta atributos mostrados por la mujer de Antonio. Se percibe vapor en el aire circundante preludio del mediodía con más de 33°C y decido continuar tocando pared izquierda. Allá por la pared de enfrente un movimiento llama mi atención pero alguien me tranquiliza irónicamente.

─Oiga, mipa, menos mal que usted no ve porque se ha formado un fanguero aquí innombrable. Se fue la luz y estoy a golpe de soga y cubo sacando agua de esta cisterna. Hay que seguir palante, mipa, con fluido eléctrico o sin él porque la casa de todos tiene que limpiarse.

Aunque el comienzo de sus palabras no me agradó ni un poquito, comprendía que este trabajador es una foto de la Cuba irreductible de hoy. Por eso le respondí con toda la dignidad que puede profesar un ciego y en cierre amigable lo conminé a que desarrollara su labor al estilo cubano. ¡Arriba y sin miedo, compay!

En la siguiente puerta que encontré, al traspasar el umbral mis oídos, tacto y olfato acariciaron el poder que fundamenta la rehabilitación. Sumergido en literatura Braille, en seres para la vida diaria, regletas y bastones el paso del tiempo me premió con un programa rehabilitativo a ejecutar en próximas semanas.

Con afán de emprendedores continué desandando por espacios evidentemente en construcción hasta que sentí la pared derecha al alcance del bastón. Percibí un olor peculiar y por primera vez giré en esa dirección adentrándome con urgencia en busca del inodoro.

De nuevo en el pasillo, mientras reflexionaba en torno a la reserva de directivos y el próximo control nacional, retumbó en todo aquello una voz conocida.

─ ¡Je! Otro más en el convento, caballero, no hay café pa´ tanta gente y hasta la merienda mía está en veremo.

Sin dudas, aliento de cocinera. Sorpresivamente me agarró el brazo libre y después de sortear algunos desniveles del piso me sentó a la sombra del ranchón que colinda con varias casas en el fondo. Me dijo que no le hiciera mucho caso mientras ponía en mis manos un vaso de tizana acompañado por una galleta vendida en MIPYME, convenciéndome para consumirlo porque así somos en Cubita la bella; cuando la necesidad se extrema, el ingenio se activa. Con la pureza cabalgándole en los poros a esta cubanita que me acompaña, transcurrió el tiempo a la sombra del ranchón como un remanso infinito de placer hasta ponerme en alerta su voz porque el jefe me buscaba. Entonces con energía renovada parto a cumplir en comisión partidista para revisar el almacén.

Con mucho empeño desandamos entre pesas, pallets y algunos sacos casi vacíos. Después entramos al almacén de herramientas y materiales para la construcción. Todo está en orden pero el ambiente y en nuestros cerebros flota una ansiedad: hace falta más de todo, aunque hace falta entender que escasean los productos y el presupuesto también porque en este 2023 el Bloqueo está en mayúsculas.

El declive de la tarde comenzó a imponerse. Nosotros emprendimos caminata por aquel pasillo arropados por el silencio. Alguien con bastón pasó a mi izquierda susurrándome que ahora le esperaba una pelea de estrés: cajero, mercado y cocina, como buscando ánimo. Se lo di porque en definitiva los directivos tenemos que ser espejos positivos, ¿verdad?

Todo se va convirtiendo en quietud, orden, locales cerrados. En la pared de enfrente un flamante custodio revisa el alumbrado. Después en la oficina jerárquica le damos un vistazo al programa central de actividades muy a tono con los tiempos que corren, priorizando acciones virtuales y bancarización.

Un reloj parlante anunciaba que la tarde se inspira en mostrarnos sus ojos de estrellas y florecen las despedidas. Entonces apurándole los pasos a esta crónica, me escabullo a través del elixir citadino patrimonial y alejo las preocupaciones porque en nuestra sede provincial de la Asociación Nacional del Ciego (Anci), cada día se aprende y actúa confirmando a Camagüey como el orgullo que nos define.