CAMAGÜEY.- El béisbol tiene para el cubano un componente de su ADN. Lo sufre, lo goza, lo aúpa, y hasta por momentos, lo odia. Esas variaciones anímicas no escapan tras el desastroso cierre de los Juegos Panamericanos Lima 2019, y nada menos que por un quinto-sexto lugares. ¿Inesperado acaso?
Pudiera ser. Pero el periplo previo al certamen estuvo matizado por ciertos descalabros que algunos encubrieron como parte de la preparación, pues más que buscar victorias, el asunto en sí era preparar a todos por igual.
La cortina de humo se desvaneció apenas se tiró la primera pelota en Lima. Tardíamente salieron a flote las muchas deudas que se auguraba aparecerían, más cuando se miraba para el banco y las reservas posibles no estaban allí.
Sin pitcheo, carentes de hombres de fuerza y algunas notables ausencias, Rey Vicente Anglada se aventuró a dirigir esta selección, y se atrevió (¿existe otra palabra?) hasta a vaticinar la disputa de una medalla. Todavía algunos, muchos, se preguntan si ese augurio era una broma más.
Por razones conocidas, la fuga imparable de talentos por diversas vías ha dejado al béisbol nacional en serios aprietos, sin excluir que entrenadores de alto nivel aceptan contratos en el exterior y eso disminuye la calidad del aprendizaje en las distintas enseñanzas.
No creo que Lima 2019 haya alertado el problema. Desde hace unos cuantos años, el alerta había llegado, pero se aprecia una lentitud, una morosidad espantosa en la toma de decisiones en la estructura directiva, que ha movido los estados de opinión en cuanto a la falta de posturas firmes con los federativos beisboleros nacionales.
Y nadie se fija en detalles que impiden la transparencia en el hacer. Ahora, cuando los Juegos Panamericanos entran en un momento definitorio, inicia la Serie Nacional. Ningún decisor pensó en semejante disparate, alertado ya por algún que otro colega. Pensamiento, estrategia definida, inteligencia, se aprecian como deudas en el comportamiento de quienes tienen en sus manos dirigir la pelota cubana. En ocasiones han pasado cosas risibles, como esconder hasta último momento la conformación de las selecciones de distintas categorías.
Las redes sociales se hacen eco de las insuficiencias de este deporte. Algunas de las encendidas críticas toman derroteros reales, apegados a una verosimilitud envidiable, pues para Cuba, para su pueblo, el béisbol es su deporte nacional. Sin embargo, desde hace varios años, deviene causante de enojos, y blanco de las más inimaginables ocurrencias burlescas.
Y da pena. Pena por una disciplina que llenó estadios, hizo a millones gritar desde sus asientos y llenarnos de orgullo patrio. Ya no es antes. Ahora se acude a las citas internacionales con la preocupación de quién puede abandonar las filas, o sencillamente cuánto tiempo pasará antes de ser eliminados.
Pudieran hacerse tesis doctorales sobre cuáles son las causales del fenómeno con la pelota cubana. Y equivocarse. Duele, lacera, que esa época dorada ya sea historia pasada, pues un pelotero no se “hace” de un día para otro. Asusta saber que viene alguien con cualidades y de un momento a otro, ¡zas!, deserta, y el tiempo y los recursos humanos y materiales empleados en él se van por la borda. La política norteamericana contra Cuba provoca ese y otros problemas y es una de las muchas razones del debilitamiento hasta de las Series Nacionales; pero no las únicas.
El deporte es caro. Comprar pelotas y el resto de los atuendos exige erogar cifras a veces impensables, y fuera del alcance económico del país, incluso, se da hasta el caso de que con el efectivo en mano… tampoco se puede adquirir por las conocidas imposiciones del bloqueo.
No se puede desligar ya la economía del deporte. Eso es desde hace rato una mezcla indivisible; no obstante, debemos pasarles factura a los errores internos, que habilidosamente se quieren enmascarar con flagelos derivados del acoso imperial.
Hay que tomar de la mano el asunto. Hay que agilizar los mecanismos de análisis, hay que entrarle con la manga al codo a la pelota, pues al paso que va, y bien acelerado por cierto, se corren riesgos de convertir en irreversible el estado de gravedad de un “paciente” al que muchos lloran ahora en esta nación.
El béisbol navega en “aguas nada mansas”, y esas revolturas han complicado la posibilidad de sostener posiciones en el mundo. Ya casi hay que buscar lupas para hallar un saldo que llene de mínimo entusiasmo a la gran afición beisbolera del país, ahora asfixiada por la irrelevancia del quehacer internacional.
Hoy comienza la Serie Nacional, el que debiera ser el mayor espectáculo deportivo del Archipiélago, y el que tanto padece. Bien valdría la pena tomarla como pretexto o punto de partida. El béisbol bien merece cuanto se le haga, pues historia y méritos le encumbran el camino.