Jorge González Allué pudo haberse imbuido de los maravillosos escenarios naturales de su natal Camagüey (10 de febrero de 1910) para componer la celebérrima pieza cuyas estrofas piden a la hermosa guajira que venga porque ya nada le inspira, ni siquiera el canto del ave que surca el azul.
Por un simple capricho de lo que algunos denominan “musas”, aquella composición surgió durante una visita a la finca de un amigo suyo en Pinar del Río, región pródiga también en elementos naturales dignos de todas las manifestaciones artísticas posibles.
Pero no nos llamemos a engaño. Para los grandes creadores, la inspiración puede venir incluso en los más inesperados ambientes. Solo hay que tener ojos para observar algún destello que acelere el proceso. Y Nené Allué era todo vista para componer.
Aún siendo aquella Amorosa Guajira (1937) su más versionado e internacional tema, decía que no era, ni por asomo, su mejor obra. Eso pasa muchas veces, y no pocos cronistas han investigado sobre melodías puestas incluso para rellenar un disco, y por una razón casi mística, se convierte en la favorita para siempre.
González Allué inscribió no pocas canciones, sones, guarachas y boleros, y además una comedia lírica y –que sepamos- una estampa. Para los acuciosos y amantes del tema, podemos remitirlos a la simpática Los Quince de Florita, eternizada por el maestro Luis Carbonell.
Convida a la risa constante aquella historia de la madre que, afanada en organizar la fiesta, insumos y abalorios de la hija quinceañera, aturde tanto al marido (Juan de Dios) que termina durmiéndose con la revista Bohemia encima. Mas, no importa porque “los quince de Florita se tienen que celebrar”.
Desde que debutara en 1931 en un recital propio, Nené no paró de hacer música, incluso de enseñarla, porque entre los años 1951 y 1973 alternó las labores de docencia con las responsabilidades como director de agrupaciones como la jazz band Yemayá, con la que estrenó buena parte de sus creaciones, entre ellas la más famosa, también conocida como Guajira Sentimental.
Creo que desde la perspectiva de cualquier amante de los clásicos del repertorio cubano, poco se puede añadir que no esté escrito con ahínco en el libro El último de los Grandes (Oscar Viñas Ortiz, 2010).
Aunque justo es señalar que el volumen merece nuevas reediciones que sirvan para promover los aspectos biográficos e incluso musicológicos entre los estudiantes de música.
Una vida entregada a exponer tiempo y obra, y además, arraigo por el terruño camagüeyano, lo cual dignifica mucho más su bregar, teniendo en cuenta que no tuvo que abandonar sus raíces para sobresalir justamente entre los grandes.
Su casa de La Vigía, quizás necesitada de mayor esmero por haber sido el templo de creación del artista, es observada por transeúntes y visitantes. “Ahí vivía el escritor de la Amorosa Guajira”, me dijo una vez la afable vecina durante la única visita que realicé a la tierra de El Mayor. Su hija María del Pilar no estaba en la casona, y me fui con las ganas de platicar sobre cosas íntimas, de esas que no aparecen en los libros y que solo salen del amor filial.
La Avenida de los Mártires, esquina a Gonzalo de Quesada, tiene aún muchas historias que contar, y aunque quizás no se hable de lo mágico de algún piano que todavía se escucha en ciertos momentos del día, basta buscar en el recuerdo para estrechar lazos invisibles y familiares.
Fue casuístico que Nené viera venir a la Amorosa Guajira en los citados predios vueltabajeros recorriendo media isla hacia occidente, pero no lo será jamás el oído musical, el deseo de legar una obra que no buscaba la nobleza, ni el latido recurrente de algo vivo solo para contarlo. En su caso, también había que sentirlo.