CAMAGÜEY.- “¡Mami, qué buena estás!”, “¡Bebecita, qué cuerpón!”, “¡Ricura tropical!” o “Linda, si te cojo te voy a #%$@&&; y te vas a quedar loca”, resultan algunas de las tantas expresiones que se escuchan en las calles cuando pasa por ella una mujer. Los mal llamados “piropos” mucho incomodan, inquietan, invaden… acosan cuando vamos por la vía pública, estamos en un parque o en la guagua.

Muchos preguntan ¿cuál es el problema?, si el piropo existe desde hace siglos como una forma agradable de resaltar cualidades femeninas. El asunto radica en que estos no constituyen muestras de galantería, como les han enseñado a algunos, sino una manifestación de violencia de género, de acoso callejero.

Suele tomarse como normal; o justificarse con la alegría y la zalamería de nuestra idiosincrasia, o incluso con que la aludida viste de manera “provocativa”. Sin embargo, qué curioso, si un chico transita con el torso semidesnudo sería raro y seguramente cuestionado que las muchachas se le abalanzaran encima por “provocativo”.

Un estudio publicado en el periódico Granma arrojó que un 25 % de jóvenes entre 15 y 25 años aceptan como natural el acoso callejero en su variante de “piropos”, y más del 80 % apunta como causa la actitud de las mujeres.

La máscara del cumplido y los estereotipos tradicionales impiden ver una faceta de acoso sexual. A veces hasta llegamos a sentirnos culpables. En demasiadas oportunidades repasamos si el atuendo que llevamos es “adecuado” como si no fuéramos dueñas de nuestro cuerpo para vestir como nos plazca, atendiendo a las normas para ciertas ocasiones, lugares y espacios públicos, claro está. Y hemos optado por usar audífonos a alto volumen por tal de no escuchar las palabras o por cruzar hacia otra acera para evitar un grupo de hombres.

Resulta muy popular la opinión sobre el mal camino de la juventud; no obstante, quienes incurren en estos actos son también de mediana o tercera edad, lo cual demuestra que la experiencia no determina las acciones. Por suerte, no todos los hombres son harina del mismo costal y existen quienes reservan sus opiniones sobre el cuerpo o el caminar ajeno y mantienen el respeto. No pocos se alistan entre quienes combaten, a fuerza de educación y comunicación, tales actitudes.

Los códigos Penal y de Trabajo han dado algunos pasos para imponer sanciones a quienes cometan acoso contra la mujer, pero se hace necesaria una mayor integralidad en la inclusión de dicha temática en las leyes antes de que la situación tome un rumbo más peligroso. Los acosadores, se pasan de la raya porque se sienten impunes. Otro gallo cantaría si sus “insinuaciones” les costaran una multa o incluso la privación de libertad.

La mujer cubana tiene en el mundo fama de hermosa. Pero nada, absolutamente nada justifica la vulgaridad y menos el acoso. Y mucho deja que desear una sociedad como la que aspiramos y construimos la mayor parte de los cubanos cuando rinde culto únicamente al atractivo físico. Nosotras, y ellos, todas las personas somos y valemos más que nuestra apariencia.

Si de verdad quieren honrar el atractivo femenino sería más factible retomar las normas de cortesía, no andar regalando “elogios” por doquier, sino enfocarse en aquella que le agrada para saber si prefiere que le regalen una flor, le dediquen una frase ingeniosa o no está interesada y solo quiere que la dejen caminar en paz.