CAMAGUEY.- Los molotes de personas, en su mayoría ancianos, se repiten cada jueves —por poner de ejemplo un día de la semana— cuando surten las farmacias con los pocos medicamentos que el país puede producir o adquirir por las conocidas trampas del bloqueo de los Estados Unidos.

Con el rebrote de la pandemia COVID-19 para cualquiera de los pacientes “obligados” a comprar una medicina vital para el mejoramiento de su salud, resulta una agonía riesgosa estar a la intemperie en las farmacias “bloqueadas” por la administración y los empleados, como es el caso de la de General Gómez y Damas, donde apenas dejaron un estrecho resquicio para responder de antemano como advertencia de PARE: la carencia de fármacos recetados.

Aquellos enfermos que no pueden madrugar ni estar mucho tiempo en los agotadores tumultos, como los que se forman en los alrededores de la de Joaquín de Agüero y Julio Sanguily, por tomar otro ejemplo, se aliviarían si al menos supieran que allí está segura su medicación o parte de ella aunque sea mensual, como los alimentos en las bodegas, teniendo en cuenta que el déficit real ahora no les permite comprar casi nunca con seguridad ni la totalidad de lo prescrito.

Claro, ello implicaría más trabajo, organización y control gubernamental, de las direcciones y los colectivos de marras. Mas en tiempos de emergencias, es preciso retomar viejas buenas prácticas en bien común u otras (ordenar las filas con la recogida del carné de identidad para ahuyentar oportunistas, por ejemplo) para eliminar las anchas avenidas de personas que se forman frente a estas unidades, y que lamentablemente se repiten de forma similar en las tiendas, la casa del lácteo, los bancos, los mercados... sin que autoridades ni voluntarios se ocupen de exigir un mínimo distanciamiento.

Entonces, si la adquisición de algunos productos alimenticios e higiénicos de vital necesidad ha podido organizarse equitativamente de maneras diversas —aún perfectibles— para la población en general con menor zozobra hasta hoy que las ventas de medicamentos, se hace necesario resolver con soluciones más ágiles la comercialización de fármacos.

El gobierno local con iniciativas eficientes en cada circunscripción, consejo popular, con el respaldo de las cuadras y zonas cederistas, las delegaciones de la Federación de Mujeres Cubanas y asociaciones de Combatientes de la Revolución Cubana, y la cooperación de la instancia primaria de la salud, consultorios médicos de la familia y policlínicos, podría a través de la organización y control administrativo-popular sistemáticos, enriquecer acciones para eliminar las deplorables escenas de cada jueves y, más que todo, preservar del constante riesgo público a nuestros frágiles adultos mayores.

La reorganización en la entrada y venta de los medicamentos (el segundo jueves del mes solo los de “tarjetón” en aquellas que no son de turno permanente, mientras las que laboran 24 horas reciben estos y los que se venden por recetas) parece, de primer momento, una opción “saludable”. Algunas unidades reciben “menos personal”, pero a costa de nuevos problemas.

Eso no disminuye las más de 20 personas que sobre las 5:00 a.m. —no se asume a las 8:00 a.m.—, ya están esperando en las puertas, marcando la cola, para con suerte alcanzar algún medicamento de los que reciben por certificado, aun cuando hayan entrado de baja cobertura. En repetidas ocasiones tiene el usuario, muchas veces un anciano, que salir “disparado” para otra farmacia donde pueda haber el antinflamatorio, analgésico o antibiótico que necesita.

La reaparición de la figura de los mensajeros es un aspecto positivo, pero choca con la misma situación de la distribución: donde solo se vende lo censado el “beneficiado” está obligado a salir y marcar el último donde pueda encontrar el resto de los medicamentos que también le hacen falta.

Muchos modos y experiencias se han practicado en ese sentido, pero de lo que se trata en medio de las difíciles circunstancias que enfrentamos es de amortiguar las secuelas e incomodidades sociales que sufren con mayor intensidad adultos mayores, niños y enfermos, amén de los peligros a que pacientes y parientes se exponen cada jueves de aglomeraciones quejosas.