CAMAGÜEY.- Desde nuestros tatara-tatarabuelos la ganadería ha sido parte indisoluble de la economía, la cultura y la tradición en esta comarca, que bien bautizó el poeta como “de pastores y sombreros”. Los nacidos aquí presumimos del queso, el yogur y las cremitas que se elaboran en nuestra tierra y los calificamos como “los mejores de Cuba”.
Al camagüeyano —da igual si reside en el campo o en la ciudad— le enorgullece que sea el suyo el territorio locomotora de la producción de leche en el país. De las ubres de las reses de la provincia se ordeña actualmente el 23 % del importante alimento, que se destina a la industria láctea cubana.
Prueba de nuestro pedigrí ganadero son las 38 cooperativas agropecuarias de la región incluidas entre las 100 más productoras de leche en la nación, seguida por Matanzas, con solo ocho entidades en la selecta lista. Y en el orden individual, 48 ganaderos forman parte del centenar de la élite lechera del Archipiélago. Entre ellos, se destaca como el segundo mayor productor el campesino Jorge Michel Aguilar, de la cooperativa de créditos y servicios Álvaro Barba Machado, del municipio de Sibanicú.
Cualquiera pudiera pensar que con los 92.7 millones de litros entregados en el 2019 a la Empresa de Productos Lácteos, y con 11 cooperativas que sobrepasaron los seis ceros, los vaqueros pueden dormir tranquilos, pero no es así. Las estadísticas ofrecidas por la delegación provincial del Ministerio de la Agricultura alertan sobre la deuda con la industria de poco más de 1 500 litros (al cierre del 24 de febrero), brecha que —de no tomarse las medidas necesarias y a tiempo— puede acentuarse.
Realizar un adecuado manejo de la masa y prepararse para enfrentar los estragos del cambio climático constituyen sin dudas algunos de los principales desafíos de la ganadería en la provincia. “La sequía está durísima”, es una frase que se escucha con frecuencia y trata de explicar la baja producción y el deterioro de no pocos rebaños. Y resulta verdad, aunque no absoluta. Basta con salir de la urbe para darnos cuenta de que el verde desapareció prácticamente del paisaje de nuestros campos, la tierra deja ver sus cuarteaduras y los arroyos agonizan. Pero, ¿no significa acaso una contradicción que los pecuarios, conociendo de los desastres que originan las sequías, no se preparen para las mismas, más si existe una tendencia a ser repetitivas todos los años?
Solo el pasado calendario las muertes de ganado vacuno ascendieron en Camagüey a 25 195 (según el boletín económico y productivo del Minag de enero del 2020). De estas se declararon como principales causas la desnutrición con 4 711 (18.7 %) y los accidentes con 5 442.12 (21.6 %) y los sectores más señalados son las cooperativas de créditos y servicios y las unidades básicas de producción cooperativa. Las estadísticas demuestran que la falta de agua y comida provocaron mayores estragos en este periodo que el hurto y sacrificio, con 971 animales.
¿Qué pasa entonces con quienes por negligencia dejan morir a los animales? ¿Qué rol desempeñan las empresas agropecuarias, principales responsables de la asesoría, capacitación, control y exigencia a los productores? ¿Cómo permitir que se les entreguen tierras y vendan animales a personas que no tienen condiciones para el ganado? ¿Cómo dejarlos morir y no aprovecharlos, con tanta necesidad de comida para la población? Tales interrogantes surgen ante un tema tan sensible y estratégico para el desarrollo económico del país y el bienestar de su gente. Son las muertes el principal lastre de la ganadería en la provincia.
Foto: Yurislenia Pardo Ortega/ Adelante/ Archivo
Urge también continuar trabajando en la mejora genética de los rebaños. Pasos se han dado en el programa de inseminación artificial, el que ya logra incorporar al 39 % de las hembras, así como la adquisición de mejores sementales. Uno de los indicadores de eficiencia bajo es el 53.5 % de natalidad, lo que significa que poco más de la mitad de las vacas que pastan en los potreros paren, y por tanto producen leche.
Garantizar agua, comida y ejemplares de genética probada es la única forma de aumentar el rendimiento de leche diario por animal en el territorio donde anda, apenas, en 2.37 litros por vaca, y en el caso de las unidades de vanguardia pertenecientes al movimiento millonario alcanzan 4.75 litros por vaca en ordeño; mientras que en América Latina promedian entre 12 y 20, salvando las diferencias.
Sería injusto desconocer que hay buenos ejemplos, minoría aún, que logran excelentes resultados, a pesar de las limitaciones de recursos y de lo duro de un trabajo como ese (que no entiende de días feriados ni madrugadas de descanso). La producción de leche en esta región se desarrolla bajo condiciones agroecológicas, tecnológicas y socioeconómicas muy heterogéneas, la misma requiere, en mi opinión, de orientación, control y exigencia a los nuevos y viejos ganaderos y de un mayor impulso a nivel de país, sobre todo desde el financiamiento para desarrollarse y priorizarla con la entrega de insumos. Solo así podrá cumplir con sus deudas. Es importante no olvidar que la producción de leche en Cuba la sigue encauzando Camagüey.