Era una tarde de verano, cuando las calles del barrio de Salamanca brillaban bajo la cálida luz del sol que se despedía lentamente. El barrio, conocido por sus elegantes fachadas y sus tranquilos rincones, parecía más pacífico que nunca. Sin embargo, en esa serenidad habitual, algo inusitado ocurrió, algo que rompió la monotonía de una jornada común y corriente.