Aquello nadie se lo esperaba: el joven abogado Fidel Castro, principal procesado entre los que serían juzgados a partir de aquel 21 de septiembre de 1953 por los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, se transformó finalmente, de acusado en acusador desde su estremecedora autodefensa, con un alegato que pasó a la posteridad como La Historia me absolverá.