Mientras ordeña las vacas, Guillermo Villavicencio Flores escribe sus libros. Eso pasa en las madrugadas, cuando nadie lo ve ni lo escucha. Aprovecha para cantar, como si fuera un repentista, todo aquello que se le ocurre. Con el tarareo silvestre aplica su primera norma de redacción. Entre rimas une las palabras y da forma a las ideas. El actual apicultor y pequeño agricultor no era un hombre de campo, aunque nació con la imaginación perfumada por historias en ambientes naturales.