— Buenas tardes. ¿Saben dónde vive Helen? 

Dos mujeres dubitativas buscan en su mapeo mental del complejo habitacional 23 de agosto, como si lo conocieran a la perfección, pero a Helen no. De Helen no se acuerdan, a ella no la ubica ni la Presidenta del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) en su radar. Cuando alguien del equipo les dijo que se trataba de una persona trans, la cual trabajaba como promotora de salud, entonces hicieron gesto de reconocimiento.

 — Ah, Carlos Orestes. Es que él no puede decir un nombre que no tiene.

Sin darle más voz ni importancia a su alegato subimos por la escalera hasta que la encontramos frente a su pequeño apartamento. Tiene el cabello tan rubio que no podía ser otro su nombre que Helen, porque este, de origen griego, significa “la que es bella como el propio sol”. Ella lo escogió por una persona que admiraba mucho y luego no volvió a ver.

—¿Qué sucede cuando no encajas en ningún sitio?

— Mientras el cabello de Helen resplandece en un contraluz cruel que le hacen las persianas, el cordel de atrás carga con la ropa de alguna vecina y un niño grita “strike” desde el patio comunal. Ella se vuelve más pausada para hablar de su historia, porque regresa la niñez como un tornado, los recuerdos del descubrimiento, los conflictos del ser y no poder.

“En la escuela yo andaba con las muchachitas y quería ser como ellas. Nunca encajé en los patrones heteronormativos, por eso me sentí siempre extraño en todos los lugares y grupos. La infancia suele ser muy dura para nosotras; el bullying o acoso escolar nunca faltó, como no faltaron los nombretes y las burlas. Mis padres me dieron una niñez feliz en casa, me dieron cuanto pudieron y me ayudaron a salir adelante, pero de la discriminación del mundo nunca me pudieron salvar.

“El día que les conté a mis padres, lo dije y me fui. Cuando regresé mi mamá me dijo que me iba a apoyar en todo, lo único que pidió fue que me cuidara. Ella me acompaña a las actividades de la Red y es una ferviente defensora de nuestra causa. A mi papá le costó un poco más comprenderlo; incluso, al principio, para vestirme como mujer, debía hacerlo escondida en la casa de un amiguito mío. Pero mi papá también me apoyó con el tiempo. Ellos son los mejores padres que pude tener”.

Llegó la adolescencia y con ella, los peligros de no encajar en los grupos sociales.

“Como yo no me parecía a ningún grupo, ni era aceptada como tal, cuando descubrí a personas como yo, comencé a imitarlas en sus acciones, porque creía que sus formas eran las únicas maneras de ser yo misma. No sabía cuán equivocada estaba”.

LA PROSTITUCIÓN COMO EL CAMINO ¿FÁCIL?

“Me dejé llevar por ese mundo y practiqué la prostitución, en Camagüey y en La Habana. Fue la puerta fácil que encontré, creía que por vestir como mujer y ser de esta forma, no iba a poder estudiar o trabajar”.

Cuando se vende el cuerpo, a veces se vende un poquito de alma, y la prostitución deja cicatrices, más allá de las consecuencias legales:

“Una vez me dieron un pinchazo en el muslo, otra vez me sacaron un cuchillo y no me querían dejar ir…se sufre mucha violencia verbal, física y psicológica, la mayoría de las veces en silencio y con la autoestima baja. A muchas trans las botan de sus casas y no hallan más salida que prostituirse, a otras las obliga su pareja, pero siempre hay puertas de apoyo”.

La peor huella que le dejó ese camino a Helen, aún la carga en su cuerpo: hace más de 15 años Helen es paciente VIH.

“Pero ni siquiera la enfermedad provocó el impacto que causó la cárcel en mí. Estuve presa durante tres años, en un cubículo pequeño destinado a personas con VIH. Mi papá estaba ya enfermo y ver a mi mamá solita luchando, me removió el piso”.

LA RED TRANSCUBA: UN ESPACIO DE ACOMPAÑAMIENTO Y LUCHA

En la pared de su sala aparece un único cuadro, el cual contiene un reconocimiento del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) a su labor de promoción de salud y lucha contra la discriminación y la transfobia. Sobre su activismo como Coordinadora Provincial de la Red TransCuba para personas trans, parejas y familias, dialogó con elocuencia y amor a lo que hace:

“En la Red, mediante talleres y cursos, aprendí que había algo más allá de la vida que llevaba. Gracias a ella, comencé a estudiar y ya estoy en 5to año de Psicología en la Universidad. Pero sobre todo, la Red me hizo cambiar de estilo de vida, aprender que para ser feliz siempre hay una salida más.

“Llevo cuatro años a cargo de la Coordinación de la Red en Camagüey. Su objetivo es la promoción de salud, específicamente en las personas transgénero, para la prevención de enfermedades de transmisión sexual. Lamentablemente, el estilo de vida que llevan muchas personas trans, las convierte en una población muy vulnerable a la contracción de estas infecciones y sobre eso debemos incidir como Red.

“También ofrecemos acompañamiento para la defensa de los derechos de las personas trans, incluso, contamos con un servicio de asesoría jurídica. Además, nos encargamos de ayudarlas en su formación y educación, así como en la de sus parejas y familias para una convivencia de respeto. Nos organizamos en varios grupos, como el de mayores de 40 años, personas viviendo con VIH, personas que practican sexo transaccional, jóvenes…, cada línea con un trato diferenciado”.

A Helen y a la Red les quedan muchas luchas por delante:

“El Código de Familias es un importante avance de nuestra sociedad, pero todavía luchamos por una Ley de Identidad de Género, para que si yo me siento mujer, pueda ser ese mi género en el carné de identidad y para amparar aún más nuestros derechos constitucionales.

“Tampoco se han logrado descentralizar los procesos de tratamientos hormonales para personas trans y extenderlos a las provincias. Por mucho tiempo, yo misma tuve que conseguir recetas y comprar anticonceptivos y otros medicamentos para lograr rasgos más femeninos. Eso es lo que hace la mayoría, porque hay que ir hasta La Habana para asistir a las consultas y atenderse por el Cenesex. En cuanto a la cirugía no me interesa, me siento feliz como soy”.

Nos despedimos al tiempo que la algarabía vecinal anunciaba el regreso de la corriente, unido al grito de “jonrón” en el juego de pelota. Para ese momento, ya estaba más tranquila y la flor del tatuaje en su mano tomaba un color más nítido. A sus 37 años aún conserva a Carlos Orestes en el carné de identidad, pero allí, bajo el pelo dorado y moderno, anidan tantos sueños, que no existe otro nombre en el mundo más parecido a ella, que el nombre sofisticado, elegido y propio de Helen.