CAMAGÜEY.- Lisset lo miraba. Sonreía como solo puede hacerlo una madre que ve a su hijo feliz. Fernando no paraba de moverse, un rato parado, otro sentado; movía las manos, la cabeza, el cuerpo. Otra madre tomaba muchas fotos a su niño, él se mantenía calmado. Los ojos de Katerine encontraron a su papá y rieron con esa complicidad que solo puede encerrar este vínculo.
Comenzó el vals. Dos niños y una niña eran guiados por sus parejas de baile, con amor y paciencia; y es que bailaban con mamá, y ella, con uno de los profesores de la escuela que la vio crecer en tantos sentidos. Fernando se detuvo antes y todos le aplaudieron mientras vociferaban: “Qué bonito, Ferna”, “Muy bien”. Terminó el baile, regresaron a sus sillas riendo, reflejados en las pupilas de sus familiares, de los padres de sus compañeros, de los profesores que durante tantos años los han acompañado.
Katerine, Fernando, Luis Ángel y Lian David pertenecen a la Escuela Especial Héroes del Moncada que recibe a los niños con trastorno del espectro autista. Ellos celebraron sus quince años, tuvieron su fiesta de cumpleaños a pesar del reto que les representa socializar y desarrollarse en entornos abiertos donde se encuentran más personas.
“Para la escuela es siempre una obra de infinito amor”, comentó Yunaisy Fernández Sánchez, directora del centro, quien ve reflejado en cada uno de los quinceañeros la obra de cada maestro y el apoyo de sus familias.
Hacer posible la celebración no fue solo trabajo de la escuela. Tocaron a la puerta de varias instituciones y mypimes, que fueron sensibilizándose y aportando a que todo quedara de la mejor forma posible. De esta manera contribuyeron la Oficina del Historiador, la ONG Camaquito, Rancho Luna, el Palacio de los Matrimonios, el Ballet Contemporáneo, Los Guerreros del Asfalto, las mypimes Ray Comercial Pro, Reparador de Sueños y Eleazar; y muchos más.
Escuché a una madre decir que nunca pensó celebrarle los quince a su hijo, al menos no de esta forma. Otra solo tuvo palabras para agradecer, palabras que decían “he estado pensando que tal vez mi hijo ve la esencia de las cosas, esa esencia simple e inocente, y es por eso que quiero entregar este grito agradecido a todos aquellos que han estado conmigo y me lo han hecho entender”.
Vi a muchos niños felices, con ese alboroto propio de los niños, jugando con sus globos y corriendo de un lado a otro. Vi a otros calmados, sentados tranquilamente. Los vi enfrentando sus limitaciones, interactuando y comunicándose de la forma más inocente, quizás con miedo. Pensé en ellos, en sus familias, en los profesores de la escuela, en su paciencia y comprensión con ellos, y como Lisset también pedí que el azul siempre alcanzara para que el amor y la esperanza llegara a nosotros también.