Flor de Guamá, Casiguaya,

cuando muere su Guamá

empuña el arco y se va

por el monte y por la playa.

Lanza piedras, no desmaya,

parece agresiva estrella.

Dijérase una centella

sobre la inmensa rapiña

y trinchera de la niña

desnuda que va con ella.

 

Al fin presa es la serrana

por los hombres de arcabuz

y un cura le da una cruz

para que muera cristiana.

Toma la cruz la antillana

y esto se le oye decir:

“Solo me han de convertir

a los ritos del altar

si me dejan abrazar

a mi pequeña y morir”.


Antes del crimen nefando

le admitieron que abrazara

a su niña, que en la cara

mostraba un Guamá peleando.

La madre la fue abrazando

hasta matarla de amor

y gritó, bella en su honor:

“Ni Guamá, ni su mujer,

ni su niña podrán ser,

esclavas del invasor”.

 

Soltó la cruz con bravura

de pantera estremecida

y la cruz hizo una herida

sobre la frente del cura.

Luego, heroicamente pura,

“matadme”, dijo la hispana

turba que manchó de grana

la esmeralda de su Antilla,

y de tan brava semilla

viene la mujer cubana.

 


Viene de aquella inmortal

madre Mariana Grajales,

con sus once colosales

hombres de un mismo ideal.

Cuando se vuelve coral

un diamante de su roca,

no hay un sollozo en su boca

ni en sus labios un temblor;

y dice al hijo menor:

Empínate, que te toca.

 


Viene de aquella mujer

que Cambula se llamó

y en azul, blanco y punzó,

tejió nuestro amanecer.

Como en un reflorecer,

viene de la sementera

de Isabel Rubio, veguera,

que le abrió el pecho a las balas,

como si abriese las alas

una paloma guerrera.

 

Viene de aquella Lucía

Iñiguez de rayo y beso.

Le dijeron: Está preso

tu hijo Calixto García.

No es él, no es él, repetía

la madre en un tono fijo;

pero cuando alguien le dijo:

Un hombre acaba de darse

un tiro por no entregarse.

Lucía gritó: Es mi hijo.


De esa raíz tan sembrada

surgieron épicas rosas:

Melba y Haydee, las gloriosas

Heroínas del Moncada.

Y como flor alumbrada

por un rastro de carmín,

en torno del paladín

audaz del Segundo Frente,

surgió en las cumbres de Oriente

la estampa de Vilma Espín.

 

De esa raíz popular

Clodomira hirvió su hazaña,

secreto de la montaña

que el dolor no dijo al mar.

De esa simiente solar

levantó su rebeldía

Celia Sánchez; y bravía

se alzó como de diamante

Lidia Doce, tan radiante

como las doce del día.

 

Teté Puebla, generala,

de una tropa femenina.

Siempre tuvo un alma fina,

pero sin miedo a la bala.

Subió de escala en escala

hasta el triunfo de la Sierra

y hoy sigue firme en la guerra

de Ideas junto a Fidel,

contra el enemigo cruel

de los pobres de la Tierra.

 

Ya ves, gringo de papel,

que abuelas, madres y hermanas,

tienen nuestras milicianas

flor de bronce, fuego y miel.

Y si hoy pintan el clavel

de su labio arrobador

también pueden, ¡oh, pintor!

sobre su arena segura,

pintar su caricatura

con sangre del invasor.