MADRID. ESPAÑA.- La verdad es que yo no solía tomar tanto café, solo lo justo para teñir el blanco de aquel vaso de leche en el desayuno. Lechero era mi hermano, que parecía un pozo sin fondo. Su ombligo bota'o, del tamaño de una peseta, decían que se debía a su constante llanto, pero lo cierto es que era insaciable, y de niño pequeñito y regordete llegó a asimilar 25 biberones al día.
Ahora se me antoja escribir de eso, porque mi madre es la mujer de mi vida, y porque, precisamente hoy, mi hermano menor cumple años, 37 años; aunque al pasar del tiempo la chiquita he sido yo, La Niña, para él, para mi padre, para mi mamá. Le dedico este texto a ella y a Pipo, por la dicha de celebrar juntos el aniversario del nacimiento que ya empieza con el buchito de café.
Yo no compartía esa fascinación por la leche, al contrario de mis primos por parte de Bertha, hermana de abuela Verena, con quienes nos encontrábamos casi todas las vacaciones de verano en el campo. Ellos no se dormían sin tomar leche tibia en un jarrito de metal.
A mí no me apetecía nada de eso, ni siquiera necesitaba llevarme algo a la boca antes de dormir, aunque mi abuela trataba de embutirnos todo el tiempo con delicias: batido de mango, champola de chirimoya, limonada, dulce de leche, pan con salsa, de la salsita del fricasé de gallina, guarapo, raspadura con ajonjolí, matahambre, sí, así le puso tío Tino a esa especie de panecillo hecho con masa de yuca, coco y miel horneado sobre una teja de zinc puesta encima del fogón de leña...
Para mí, durante mucho tiempo, el café con leche era solo parte del desayuno. No recuerdo cuándo empecé a beber más de ese elíxir negruzco, probablemente cuando empecé a trabajar y para acompañar las coladas de mi madre, una cafetera empedernida. Sin embargo, cuando salí embarazada, lo rechacé un poco. Tuve el embarazo más delicioso del mundo. Mi hija no me causó malestar alguno: no tuve náuseas ni vómitos, no perdí el apetito, ni tuve acidez, ni siquiera en el último trimestre, cuando se dice que el pelo del bebé provoca indigestión.
Lo único que rechacé fue el café, aunque lo toleraba en el desayuno porque nunca he podido tomar la leche sin café. Por aquello de lo dañino intenté en las noches tomar la leche sola, pero apenas me bajaba por la garganta, había como una barrera que se negaba a ceder. Para solucionar esto, mi madre me preparaba mermelada de guayaba para mezclarla, y esa era la vida misma. Mermelada con leche fría, como años antes también la preparaba mi abuela en aquella casita de campo, y nos la bebíamos a placer. Después del parto, poco a poco fui volviendo a cogerle el gusto. Saborear el buchito de la mañana.
El buchito es ese primer sorbo caliente que, mientras recorre tu lengua en dirección más profunda, activa el paladar y baja acariciando todo ese canal que lo lleva al estómago. Vas sintiendo ese recorrido caliente capaz de activar tus sentidos. Al menos a mí me recompone toda.
Aquellos buchitos de la mañana, de media mañana y de media tarde los extraño mucho por estos días porque de ese café se encarga mi mamá. Es un ritual de amanecer y luego un pretexto para tenernos juntas, por un rato, taza en mano, conversando de cualquier cosa que de momento puede ser de todo, de algún asunto trivial que desemboca en aspectos que transversalizan las vidas de una familia.
El café no es solo una bebida; es un vínculo. Nos conecta en una rutina compartida que trasciende el simple acto de beber. Es en esos momentos de comunión que compartimos risas, recuerdos y sueños. La casa se llena del aroma del café recién hecho, y es como si ese olor nos abrazara, recordándonos que, a pesar de la distancia y el tiempo, siempre hay algo que nos une.
Mientras llega el momento de volver a casa, intento que ese primer café aquí, tan lejos, sea vivificante y sabroso. Pienso en los paquetes de diferentes marcas en los mercados, variantes de café que se me antoja probar con ella alguna de estas mañanas. Porque más allá del sabor, es el acto de compartir lo que realmente importa. Una forma de mantener viva esa conexión, de sentir que, aunque lejos, sigo estando cerca de mi madre y de esos momentos que extraño tanto.