Como desagravio al horror, sobre la tierra arrasada de Nagasaki los pétalos perennes de miles de corolas amarillas desafían hoy el olvido. En este prado custodiado por abejas y mariposas, justo sobre las cicatrices que aún duelen en la memoria, una pieza escultórica de José Delarra perpetúa la condena de Cuba al holocausto.

Con la Revolución los cubanos aprendimos a desentrañar la verdad histórica. En el pupitre de nuestros años estudiantiles conocimos que Nagasaki,  entonces la cuarta ciudad más grande de Japón, no estaba entre los objetivos iniciales de las operaciones nucleares de Estados Unidos. La urbe se había levantado sobre una topografía accidentada y estaba muy cerca de un campo de prisioneros de guerra del frente aliado.

En una libreta escolar que guardo del preuniversitario tengo escrito: “Kokura era el blanco escogido para el acto criminal, precisamente por su enclave en una llanura. Pero una ‘fatal coincidencia’ salvó a los pobladores de esta localidad de la muerte.

 “El fatídico 9 de agosto de 1945, Kokura apenas se distinguía desde el aire por estar cubierta de bruma y humo. La tripulación del bombardero Bockscar, un B-29 pilotado por el mayor Charles Sweeney tenía órdenes de elegir visualmente el objetivo que maximizara el alcance explosivo de la bomba. Fue así que se desviaron a Nagasaki”.

Al comparar el efecto de las dos explosiones un despacho de la BBC detalla: “La bomba ‘Fat Man’ (hombre gordo) caída sobre Nagasaki era más potente que su antecesora ‘Little Boy’ (niño pequeño), lanzada tres días antes en Hiroshima y debía, por tanto, haber tenido un efecto más devastador; en cambio, causó ‘menos destrucción’ debido principalmente a las características geográficas de la ciudad. Hiroshima se asienta sobre una gran área plana y Nagasaki está situada entre dos grandes valles”.

La existencia de este relieve irregular ha sido aprovechada por algunos medios de prensa occidentales para tratar de minimizar los efectos de la segunda carga nuclear lanzada por EE.UU., pero lo cierto es que Nagasaki, aunque en magnitud un poco menor que Hiroshima, quedó prácticamente arrasada. El 9 de agosto de 1945 murieron calcinadas en esa ciudad alrededor de 50 mil personas.

Sobre lo sucedido,  la Corporación Británica de Radiodifusión, una de las cadenas que más  pormenores publicó con relativa objetividad acerca de los ataques nucleares, sacó a la luz importantes verdades históricas:

“Japón se convirtió en una especie de conejillo de indias cuando Estados Unidos intentó demostrar al mundo que tenía a su alcance un impresionante poder de destrucción.

“Impresionar a Rusia fue más importante que terminar la guerra en Japón", reconoce Mark Selden, un historiador de la Universidad de Cornell, Reino Unido, quien también afirma que el gobierno de Truman estaba bajo presión para justificar los costos astronómicos del Proyecto Manhattan: el programa que construyó las primeras bombas atómicas de Estados Unidos”.

“Telford Taylor, que fue el fiscal jefe en los Juicios de Nuremberg —el conjunto de tribunales militares que procesaron a miembros destacados del régimen nazi entre noviembre de 1945 y octubre de 1946— sugirió en un libro de los años 70 que el bombardeo de Nagasaki constituyó un crimen de guerra”.

Luego de los horrendos ataques nucleares  y del fin de la conflagración mundial, vendría el decursar de “los tiempos de paz” y el período llamado de la Guerra Fría. Pero nuevos conflictos belicos, invasiones  y crímenes durante la segunda mitad del siglo XX y el primer cuarto de la actual centuria han sido los signos que marcaron con más notoriedad  esta etapa posbélica.

Las apetencias geoestratégicas de Washington avivarían  muy pronto los tizones aún calientes de la guerra. Corea fue víctima a comienzos de la década de los 50 del pasado siglo de la primera acción militar estadounidense después de Hiroshima y Nagasaki. La mayoría de los cálculos sobre las consecuencias de la invasión a la península coreana cifran los muertos en más de un millón.

Tras el fin de la  Guerra de Corea,  siete años después Washington interviene en Vietnam, donde las fuerzas populares del Norte que habían desafiado a la Francia colonialista, enfrentaban  bajo el liderazgo de Ho Chi Minh a los liberales entreguistas del Sur. Apoya a estos últimos con todo su arsenal y causa 500 mil bajas civiles y 200 mil militares en el lado vietnamita, aunque investigaciones al respecto reflejan un mayor número de fenecidos.

Sin alcanzar  éxito alguno en el campo de batalla, la potencia imperialista es derrotada de manera bochornosa por la nación indochina en1975, y sufre así su primer fiasco militar durante la Guerra Fría.

A las victimas ocasionadas en Corea y Vietnam se suman las de las campañas militares que tuvieron lugar en escenarios como Afganistán, Pakistán, Irak, Siria y Libia, materializadas después de los atentados del 11 de septiembre.

Al respecto el diario progresista Público denunció en artículo relacionado con  estas invasiones en Oriente Medio y la región árabe:

“Solo la aventura de Afganistán lanzada por EE.UU. y la OTAN en 2001 dejó un saldo de 46 mil 319 civiles asesinados. Se estima que en Irak murieron otras 185 mil personas que no combatían en ningún bando. En Siria, el número llega a los 95 mil. En Pakistán se contabilizaron hasta 24 mil 99 fallecidos.

“En Libia, uno de los países más estables y con mayor grado de desarrollo en la región, la intervención de la maquinaria de guerra de la OTAN, encabezada por Estados Unidos, Reino Unido y Francia dejó miles de muertos entre la población civil”.

Los ejércitos interventores asesinaron públicamente, con saña y vileza propia de la inquisición, al coronel Muammar al Gaddafi, indiscutible líder de ese país árabe.

Las naciones al sur del hemisferio occidental tampoco han sido ajenas a los ataques imperialistas. Nueve países de la región latinoamericana y caribeña han sufrido invasiones estadounidenses que hicieron crecer la anterior sumatoria de  víctimas inocentes. Sin dejar de señalar que aquí Estados Unidos recibió también, a manos de Cuba, su primera gran derrota militar en América Latina

Hoy, cuando conmemoramos el aniversario 80 de Nagasaki, la amenaza de guerra no ha cesado, se incrementa cada día.  El grito agónico de la Palestina mártir confirma el alcance de la crueldad sin límites del fascismo que trata de imponerse, incluso al costo de borrar la vida en el planeta.

Ante este reto sin precedentes, el desafío a la brutalidad imperialista debe ser conducido con firmeza. Solo así se impondrá la paz.