CAMAGÜEY.- Cuando juegan a la “rueda-rueda” hay una niña que se queda atrás. De ella se burlan por ser diferente, y le sueltan insultos otros niños de su misma edad. No vale la pena mencionar cuál es su diferencia al resto, sobre todo, porque en sus zapatos pueden estar todos los infantes que a diario reciben bullying por parte de sus compañeros, sin escudos de defensa, esos que cargan con las culpas de los prejuicios y odios adultos. Hasta ellos debe llegar también la protección de las familias, la escuela y la comunidad.

La educación no solo es pieza clave para la formación ciudadana; la escuela también es una institución comunitaria para fomentar la inclusión, la unidad y el desarrollo. La convivencia respetuosa es necesaria en centros donde estudia un alumnado tan diverso, y sus estrategias formativas deben estar en consecuencia con ello.

“A mí me pusieron apodos en la escuela y por eso no me falta una uña”, aseveran algunos, pero el tema es más complejo que una experiencia individual. Habría que preguntarles a todos los niños víctimas de acoso escolar si eso fue simplemente una enseñanza para “fortalecer el carácter”, si no hubieran preferido amor y comprensión por encima de la burla o, incluso, los golpes.

La supuesta “ ideología de género” es un término despectivo del que han abusado los más conservadores para hablar de algo tan simple como el respeto a la diversidad y a la igualdad de género. Eso no significa que todos los niños sean iguales, sino que las diferencias no constituyan motivos de discriminación.

Si desde el Círculo Infantil aprendemos estereotipos en los juegos de roles, donde la niña es la mamá que plancha, lava y cocina, y el niño-papá es proveedor en la casita ficticia; si desde la escuela marginamos a las personas; si en las lecturas de clase o en los juegos didácticos no vemos reflejados a esos que sufren, entonces, ¿dónde queda la esperanza del mundo?

Las familias son las primeras escuelas, pero estas últimas cargan con la responsabilidad de un país mejor mediante la educación de sus habitantes.

A partir de la presentación del proyecto de Código de las Familias, el cual se llevará a referendo en septiembre, muchas personas, algunas malintencionadas, generan polémicas relacionadas con la educación integral con enfoque de género.

“¿Obligarán a mi niño en la escuela a ser homosexual?”, “espere a la adultez para que sepa la existencia de la comunidad LGTBIQ+”, “yo protejo a mi hijo de los colores arcoíris”, son comentarios que abundan en perfiles personales.

Una persona no “se obliga” a tener una orientación sexual determinada; de ser así, todos seríamos heterosexuales por los patrones heteronormativos impuestos a través de la historia en los medios, las familias, la religión y la sociedad.

¿Esperar a la adultez para que conozcan la diversidad del mundo? El respeto debe comenzar a fomentarse en las primeras edades. Los niños no nacen con prejuicios. Ellos no vienen con esquemas incorporados, sino que los van agregando a partir de las diversas instituciones ideológicas que influyen en su educación.

Para un niño lo importante es jugar hasta el cansancio, no si dos personas se besan frente a él; ¡cuánto debemos aprender de la infancia!

La protección a la misma, esa debería ser una prioridad, pero en todos los aspectos, no a conveniencia de intereses. Cuidemos a niños y niñas de esa canción de reguetón tan obscena en su fiesta de cumpleaños, de los abusos, incluso en redes sociales, y de toda forma de violencia.

Los colores de la bandera LQTBIQ+ no son un monstruo del que haya que defender a nadie, sino la expresión de una lucha justa a favor de quienes han sido discriminados por mucho tiempo.

Afortunadamente se hace viral también lo positivo y varios comparten mensajes de reflexión luego de reiniciado el curso escolar. El respeto a la diversidad, los lazos de afecto y el amor no pueden ser términos fríos en una ley; deben ser parte de estrategias institucionales y acciones individuales, porque es allí, en esa niña que no juega a la “rueda-rueda” con el resto, donde debemos apelar a la empatía y no al privilegio, al amor y la solidaridad, nunca al rechazo y mucho menos, a la indiferencia.