Soñaba con la Universidad. Aunque mis primeros años de esta etapa los viví 500 km lejos de casa, regresé. Recomencé mi vida universitaria en Camagüey y aún en medio de una pandemia que atemorizaba a todos no dejé de sentirme parte de un lugar, comunidad, hogar. El título de este trabajo quizás no sea el mejor. No lo sé bien. Pero no encuentro una palabra, aunque parezca gastada, que describa tan bien lo que ha sido para mí ser parte de la Universidad de Camagüey.
Mi camino allí, y el de mi generación, no fue fácil. Las presentaciones entre compañeros no fueron las de siempre, solo nos conocíamos por fotos o por compartir dudas de alguna clase vía WhatsApp. Nos escribíamos sin conocer nuestros rostros, gestos, hábitos. Así nos hicimos amigos, así nos hicimos familia.
Supongo que para generaciones anteriores también fue difícil. Siempre cuesta lo que uno quiere, o al menos así me han enseñado. Entonces recuerdo cuando conversamos con “muchachos” que habían sido parte de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en esos primeros años cuando ellos mismos levantaron cimientos que hoy conservamos. Cimientos no solo de los edificios que sirven de sede a nuestras carreras, también del sentimiento de pertenencia que desde entonces fue germinando.

Recuerdo los cuentos de mi mamá y mi papá, cuando estudiaban en el “Pedagógico”, el mismo que hoy es una sede de la casa de altos estudios camagüeyana. Etapa de período especial y de carencias; pero de carnavales universitarios, juegos “Caonao”, festivales.
Así, los primeros estudiantes, mis padres, mis amigos y yo fuimos haciendo este camino de Universidad. Y creo que triunfamos, no solo por el título universitario que los más viejos cuelgan en la pared de la casa y los más jóvenes prefieren guardar en una gaveta. Lo hicimos por lo que construimos, por la gente que nos acompañó y nos hizo el camino más fácil, por lo que hoy hacemos desde cualquier lugar para tener el país que merecemos.

Cuando el día de mi graduación me pidieron que escribiera unas palabras sobre mis años universitarios hablé de añoranza. “Extrañaremos las tardes de festivales de artistas aficionados, los Juegos Caonao, el alboroto y el cansancio en medio de los Taínos y el apoyo de los muchachos cuando defendíamos las iniciales de nuestras facultades. Extrañaremos las aulas, los bajos del comedor, los merenderos, las áreas deportivas, y hasta las noches sin dormir haciendo tareas y proyectos que en ese momento nos parecían interminables”.
Allí, y como he dicho, conocimos a esos amigos que se volvieron familia, compartimos nuestros gustos y preferencias, discutimos, aprendimos de tolerancia y respeto, de compañerismo y hermandad, de principios y valores. Allí fuimos felices. Eso no podemos negarlo. La Universidad de Camagüey y su gente no solo nos formó como profesionales, también nos hizo mejores personas.

Muchos, donde me incluyo, guardamos estos años como nuestra mejor etapa. Muchos aún la extrañan incluso desde otras partes del mundo. Muchos han formado su familia y hoy son sus hijos los que transitan esos pasillos, y aunque dicen que ya no es como antes siempre es lindo ser parte de una comunidad tan diversa.
Muchos regresan. De alguna forma. Yo guardé esa certeza el día de mi graduación, hace ya más de un año y hoy soy profesora de la carrera que me formó y he regresado también a las aulas como parte de mi superación. Mañana espero seguir estando, o al menos decir con orgullo donde sea que fui y seré siempre de la Universidad de Camagüey.


