CAMAGÜEY.- Un día amaneció gris. Un día amaneció más gris de lo que pudimos presagiar, aun nosotras tan previsoras, pero ese mismo día descubrimos que un solo tono opaco no nos opaca la fuerza ni el resto de nuestros colores.
Un día amaneció gris, pero nos adelantamos al uso extendido de nasobucos y geles y alcoholes y nuestro consejo de cero manos en ojitos, nariz y boca fue el primer spot de autocuidado y responsabilidad.
Un día amaneció gris. Sí. Todavía ese viso puede verse clarito, o fuerte, pero no dejamos de amar. Para ello estamos hechas; para ello nos seguimos haciendo.
Sé de la contadora a la que a veces no le alcanzan los números para explicar los contenidos y evadir las ocurrencias del pequeño Marlon cuando la mesa de comedor debe ponerse más seria.
Sé de la fiscal que ni de asomo sabe de teletrabajo y ha tenido que amar a sus dos pequeños en la sentencia cruel que es cuidarlos en el “abandono” y las visitas fugaces al refugio que ha sido la casa de la abuela.
Sé de la imagenóloga que aún no se estrena en ese título porque Sebastián no completa su adaptación al círculo infantil, y en los sorbos de tranquilidad agarra apuntes y conferencias y sigue estudiando para cuando un día se haga nítida la imagen de la “normalidad”.
Sé de la amiga y jefa que en este febrero se estrenó en el sueño de su vida y agradece a los océanos y hasta a la pandemia por la dicha de su Mar.
Según ella misma me actualiza la Real Academia de la Lengua Española normalizó un término que nos sigue ubicando en el mismo bando y oficina y estadio hormonal. La RAE aprobó que los niños nacidos durante la pandemia se identificarán como coronabebés.
Y es tal vez esa regla-nacimiento del idioma el argumento preciso para justificar la fiesta discreta de tantas familias este segundo domingo de mayo, cuando no faltarán, por suerte, el aliento que significan ciertos audios de Whatsapp y los brindis virtuales entre quienes saben que no hay clasificación donde quepa el amor por un hijo.
Que hayamos optado por la vida sin hacer mucho caso a la falta de reactivos y prenatales, de la fruta adecuada y la malanga; o a la abundancia de miedos y riesgos, significa que no hay tono gris que pueda empañar el milagro de nuestra devoción.
Seguiremos sorteando carencias; enjugando nuestras propias lágrimas ante las súplicas de nuestros vástagos por lo imposible; inventando historias a la hora del sueño que de tan fabulosas ni se escuchan reales; haciendo de maestras y compañeras de juegos; perdonando la ausencia de las siestas y una que otra desobediencia; soñando el segundo cumpleaños en confinamiento con una tarta que sorprenda con los superhéroes favoritos y un buffet y una decoración y una felicidad que alcance para un batallón entero aunque no haya tantos entre quienes repartir. Seguiremos sumando fuerzas y amor.
A fin de cuentas, o más bien a inicio de cuentas, no hay grisura ni actualización idiomática que pueda desafinar ni tampoco igualar el lirismo con que se escucha la palabra Mamá.