CAMAGÜEY.-Oscuro aún el amanecer del miércoles 5 de junio de 1895, un grupo de jinetes salió desde la ciudad de Puerto Príncipe para alcanzar más allá de Guanamaquilla el Camino Real de la Isla costeando hacia el este la sierra de Maraguán.
La tropilla se reagrupó en el cementerio de San Rafael, orillado a la ruta que llevaban y continuó luego rumbo al arroyo Guanabanito hasta la vivienda de la finca Las Guásimas, propiedad de Don Francisco Montalván, lugar pactado para vivaquear y donde decidieron esperar a otros convocados para continuar hacia la hacienda El Cafetal.
Días antes, Salvador Cisneros Betancourt, el primero en lanzarse a la lucha, había dado la orden de levantamiento de la región camagüeyana con un ejército constituido en esa primera hora por trece hombres.
Se iniciaba para nuestro país uno de los más importantes capítulos en la historia de la guerra por la independencia: la incorporación del Camagüey a la contienda iniciada en el territorio oriental semanas antes.
En coincidencia, el mismo 5 de junio el Mayor General Máximo Gómez con su escolta cruzó el río Jobabo y penetró en Camagüey.
Ante la gravedad de los hechos, Arsenio Martínez Campos, Capitán General de la Isla, que se hallaba en nuestra ciudad tratando de evitar el alzamiento de los lugareños, declaró oficialmente a la provincia en estado de sitio. La guerra ya era inevitable en Cuba.
Han transcurrido 126 años de aquel amanecer en Las Guásimas de Montalván, donde los camagüeyanos decidieron enfrentar de una vez y por todas a las fuerzas colonialistas de España.
Hoy la geografía es la misma. De la casa-quinta sobreviven pocos muros; el cementerio ha sorteado el tiempo y el puente sobre el vado del Guanabanito queda como testigo de generaciones. En el potrero abierto a un costado del camino que conducía a la vivienda de la finca se levanta la menoría permanente, un sencillo obelisco custodiado por cuatro palmas. En una baldosa la tarja que relaciona los nombres de aquel audaz ejército y en otra la descripción del acontecimiento.
El paisaje suave y ondulado de la sierra de Maraguán es magnífico. Hierbazales y montes siempre verdes, húmedos de aguadas y sombras en una tradición ganadera que le ha preservado por descendencias.
El patrimonio no es solo sinónimo de monumentos y objetos sin vida, arquitectónicos, artísticos o expuestos en museos. El patrimonio es el monumento intangible que refleja la vida de la comunidad, su historia e identidad. Su preservación ayuda a reconstruir y restablecer comunidades, a crear vínculos entre el pasado, el presente y el futuro.
Fue por ello que hace poco me atrajo aquel solitario obelisco apenas distinguido en ruta hacia Maraguán arriba por el antiguo Camino Real de Cuba. Cuidado y protegido con la posibilidad de que no existiera una casa en kilómetros a la redonda.
Sin embargo, satisface reconocer que en lugares tan apartados la historia no se olvida y que comunidades lejanas tienen para sitios como estos un sentimiento de pertenencia, de orgullo por el suceso del que se sienten involucrados. Punto de referencia de su comunidad y símbolo sin dudas del orgullo patrio que aquel sencillo monumento representa allá por las riberas del arroyo Guanabanito.
No siempre las raíces de la Historia se asientan sobre imponentes conjuntos monumentarios que admiramos en la ciudad. También en paisajes y potreros como estos de nuestras evocaciones y oraciones a la Patria son más que necesarias en días como hoy.