Foto: Tomada de EcuredCAMAGÜEY.- Un joven como Álvaro Morell sobresale en la historia cubana por sus lecciones de patriotismo. Aunque apenas se habla o se divulgan detalles sobre su vida y acción revolucionarias, al indagar en los preceptos y motivaciones que lo incentivaron a perseguir la libertad de Cuba se descubre en él a un Agramonte del siglo XX.
Charles, como se le conoció a este héroe, fue el único vástago de una familia humilde que completaban sus padres, Álvaro Morell y Concepción Álvarez. Cuando comenzó a cursar estudios en el Instituto de Segunda Enseñanza, se permeó de un ambiente favorable para que se intensificaran en él las mismas ansias de su coterráneo Joaquín de Agüero por romper las cadenas impuestas a su nación por una potencia mundial.
En el año 1951 se encuentra con otros muchachos que comparten sus ideales. Ya no se sentía un planeta solitario, porque Rigoberto Cruz, Elpidio Lezcano y su estimado amigo Jesús Suárez Gayol orbitaban en el mismo rumbo de pensamientos. Creían que su país merecía algo mejor que la sucesión de gobiernos corruptos, infestados de ladrones y plagado de males sociales, como el de Carlos Prío Socarrás, imperante entonces. El grado de latrocinio del presidente era tan elevado que se le abrieron expedientes judiciales por un desfalco de 140 millones de pesos.
“Los estudiantes protestaban contra ese mandatario cuando se produce el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Ellos convocaban a la creación de planes de estudio más eficientes, a la rebaja de precios de las matrículas, la apertura de cursos nocturnos para los trabajadores y, además, abogaban porque el Instituto tuviera un área deportiva, materializada con el levantamiento del auditorio Iván Hidalgo Funes, luego de la gesta del ‘59. Pero el universo juvenil, entre los que estaba Álvaro, inicia una férrea oposición al cuartelazo protagonizado por Fulgencio Batista”, señala el historiador Francisco Luna Marrero.
Charles personalizaba el típico alumno al que le gustaba informarse, leer y profundizar en el legado de las grandes personalidades y en la cultura general, “se caracterizaba por ser un chico introvertido, ni intranquilo ni escandaloso, pero la participación en todas las actividades políticas radicaliza su pensamiento. Se hace inseparable de Suárez Gayol y ambos encontraron en cada uno el hermano de sangre que no tuvieron”, dice Luna con la seguridad de un testigo.
Para constatar hasta dónde llegó la influencia, Gayol escribió en una autobiografía que Álvaro era el más profundo ideológicamente de todos los estudiantes. En ese escrito refiere también que escuchó hablar de socialismo por primera vez por su querido amigo, quien le prestó El Estado y la Revolución, de la autoría de Lenin.
Cuando Gayol, jefe de las Brigadas Juveniles en Camagüey, parte para México en 1956, quedan al frente de las mismas Álvaro Morell y Gregorio Junco. Pero los servicios de inteligencia de la tiranía persiguen a Morell, que buscó asilo en Santiago de Cuba con el Movimiento 26 de Julio. Su madre, nerviosa, empieza a buscarlo en la Ciudad Heroica. Para preservar la seguridad de ambos y la de los combatientes de la clandestinidad se decide que vuelva a su tierra de origen. Tras el regreso viaja a Miami a continuar las labores revolucionarias, y el 28 de enero de 1958 recalaría en México.
En la patria de Benito Juárez, comparte con viejos amigos. Ocurre una nueva reunión con Suárez Gayol, que sería la última de los casi hermanos. Después de despedir a los compañeros permanece en México, solo. Por sus muchas ganas de estar en el suelo cubano para combatir la tiranía de Batista, se unió a la expedición de Campeche.
Sobre las características del viaje, Francisco Luna contó: “tuvo problemas en la composición porque también había auténticos, y hasta elementos gansteriles. Eran alrededor de una veintena de expedicionarios y el barco estaba al parecer encallado. Un grupo se lanza, entre ellos Álvaro, para empujarlo. El oleaje soplaba con fuerza. El motor encendió, de repente, y la embarcación echó a andar.
“No había sentido de preocupación por los expedicionarios. Ya al hallarse bien distante de la costa, se realiza un pase de revista y se percatan de que faltan Álvaro y Ramón González. Nunca se pudo precisar si se ahogaron o si al arrancar los motores con la succión de la propela, ocurrió la tragedia”. Todo sucedió en la noche del 25 al 26 de abril, en la madrugada de 1958.
Antes de incluirse en la tripulación, Álvaro había pasado por Veracruz, donde se encontró con el abogado camagüeyano Raúl García Peláez, uno de los fundadores del Movimiento 26 de Julio, quien le había aconsejado eludir el viaje. Sin embargo, a Charles lo desesperaba apoyar a los miles de jóvenes liderados por el formidable Fidel Castro Ruz. Quizá de haber llegado con vida se hubiera incorporado a la Sierra Maestra. Quizá si hubiera tomado el aviso, hubiera estrechado entre sus brazos una vez más a su madre. Pero él, simplemente, era de esos Agramontes que no anteponía nada a la soberanía de su nación, y capaz de pagar el más alto precio por ayudar a obtenerla.