MADRID.- El año pasado empecé a conocer un rostro de España a través de algunos museos. Inmersa en esa majestuosidad, deleitada con las obras maestras andaba cuando en el Prado, mi mirada se escabulló a unas telas blancas con frases poderosas, que colgaban entre imponentes retratos y escenas. Eran de Almudena Grandes (1960-2021) cuya obra aún no había tenido el placer de descubrir.

Ahora paro en una hermosa residencia con un estante repleto de clásicos literarios. En cuanto llegué, mis ojos fueron directo al ejemplar de Malena es un nombre de tango. Sin dudarlo, lo tomé. Desde ese instante, la novela se convirtió en mi fiel compañera. Hacía mucho tiempo que no me sumergía en una lectura con tanta devoción, una lectura que me permitiera saborear cada palabra, cada emoción.

En Cuba, mi vida de periodista, madre e hija me dejan poco tiempo para estos lujos. La atención a la niña, el incesante ritmo del trabajo, y las obligaciones del hogar suelen dejarme agotada, sin espacio para la lectura por placer. Solo leía por necesidad profesional, escudriñando medios de comunicación y algún libro con el encargo de su presentación. Pero ahora, aquí, tengo tiempo. Tiempo para entregarme, para devorar las páginas con una voracidad que había olvidado que poseía.

Hoy, las palabras de Almudena me arrancaron lágrimas. La escena del parto de Malena, seguida por la conmovedora conversación con Magda, su tía preferida, me estremecieron profundamente. La capacidad para plasmar la complejidad de los sentimientos humanos, para hacerme sentir el dolor, la esperanza y la ternura de sus personajes, es sencillamente magistral.

En un momento particularmente revelador, la abuela paterna de Malena confiesa su pérdida total, a partir de esa pérdida de los objetos cotidianos, cargados de recuerdos, que sostienen nuestro sentido del ser.

La misma abuela, evocando la figura del marido, compartía una de sus enseñanzas: “Él repetía todo el tiempo que una pareja son dos personas enteras, no una sola cosa hecha con dos mitades”. En efecto, cada individuo debe ser completo por sí mismo, incluso dentro de la unión más íntima. Malena, al nombrar a su hijo Jaime, rinde homenaje no solo al hombre que fue su abuelo, sino también a esta filosofía de vida que enfatiza la integridad y la autosuficiencia.

Anoté otros fragmentos, pero este de manera particular, cuando Almudena pone en boca de la protagonista, algo que me resulta autobiográfico y rotundo: “…nací en 1960, en Madrid, capital de la culpa universal y los valores eternos…”.

Para completar ese retrato, tomé otra frase que encapsula la lucha interna entre las normas sociales modernas y las emociones humanas más crudas y sinceras: “aquí todos somos europeos, civilizados y progresistas”.

Si los museos muestran un rostro, en la literatura hay también perfiles muy valiosos. Malena es un nombre de tango ofrece una rica exploración del pasado de España, una España marcada por eventos históricos y vidas cotidianas que, al ser narradas, nos dan una visión íntima de los comportamientos y proyecciones de los españoles actuales.

Esta reveladora experiencia se complementa con otras lecturas recientes, entre ellas La partitura, una novela que me obsequió Mónica Rodríguez. Además, he encontrado una perspectiva igualmente valiosa en otros títulos de la editorial Edelvives.

Obras como la historieta Los guardianes de la red, desarrollada en colaboración con la Policía Nacional para educar sobre la seguridad digital; o Gwyneth, la niña elfo adoptada por dos humanos, junto con Verano en el asteroide, que aborda el impacto del divorcio en la vida de un niño y su relación con el abuelo, amplían el entendimiento de las problemáticas contemporáneas relacionadas con la niñez y la juventud. Los textos funcionan como una ventana a cómo esas cuestiones están en diálogo con el pasado.

En definitiva, la literatura se revela como un medio poderoso para conectar el pasado con el presente. Las lecturas de Almudena Grandes y otros autores contemporáneos enriquecen mi percepción de la historia y la sociedad española, y destacan cómo la narrativa puede actuar como un puente entre épocas, al proporcionar una comprensión más profunda de la experiencia humana y su evolución a lo largo del tiempo.

Cuando me quedaban apenas unas veinte páginas de Malena es un nombre de tango, sentía una melancolía anticipada por la inevitable despedida. No quería que terminara. Deseé prolongar ese viaje, seguir explorando el mundo a través de los ojos de Malena. Ojalá pudiera traducir en mi periodismo esa intensidad, esa humanidad tan grandiosa que Almudena logró infundir en cada línea.

La vida me ha regalado este respiro, este oasis de palabras que me han permitido redescubrirme como lectora. Almudena Grandes no solo ha dejado una huella imborrable en la literatura española, sino que también ha reavivado en mí una pasión que creía perdida. Y aunque su voz se haya apagado, sus historias siguen vibrando, recordándome el poder transformador de la buena literatura.

Así, mientras me preparo para el ejemplar de Pájaros de sol, que Mónica Rodríguez regala al cubano Ariel Fonseca Rivero, me reconcilio con la certeza de que siempre habrá nuevas historias que descubrir, nuevos autores que conocer. Y en cada uno de ellos, buscaré esa chispa de esplendidez y verdad que Almudena tan generosamente compartió con el mundo.