CAMAGÜEY.- Cuando tuvo su primera muñeca, en el hogar le dijeron “entrena, para cuando seas madre”. Ahora tiene 71 años, unos cuantos achaques, pero ella los oculta. “Es que si pienso en los dolores, ¿quién hace las cosas de la casa, quién atiende a mi esposo que está en silla de ruedas y a mi mamá encamada?”. Mientras lo cuenta, seguramente recuerda aquel momento de su infancia. Sus hijos y nietos quieren emigrar: “a veces me parece un egoísmo decirles que tengo miedo a quedarme sola, con esta casa cayéndome encima, pero es verdad, siento terror”. La historia de Josefa, lamentablemente, no peca de excepcional.

Cuidar y ser cuidado no solo constituye una actividad que han realizado las personas durante toda la historia de la humanidad; también resulta un derecho y un asunto público que requiere de la acción política. Así lo reconoce el Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 de la Agenda 2030 y el Código de las Familias cubano de manera transversal y con énfasis en su capítulo VII.

MÁS ALLÁ DE LA IDEA ROMÁNTICA

El cuidado es ese trabajo, con remuneración o no, que permite el bienestar, la protección y sostenibilidad de la vida. Incluye aristas materiales, económicas y psicológicas. Existen los cuidados directos, que consisten en ayudar a comer, bañarse, vestirse o llevar a algún lugar a las personas que lo requieren; los indirectos, los cuales implican cocinar, limpiar o hacer las compras para satisfacer las necesidades de los integrantes del hogar, y los pasivos, mediante los que se proporciona vigilancia o se está pendiente de alguien.

Según Yelene Palmero, investigadora del Centro de Estudios de la Mujer, “a lo largo de la historia, el sistema patriarcal ha generado una división sexual del trabajo e inequidades de género: se ha impuesto a las mujeres el rol de cuidadoras. Esto implica para ellas una menor disponibilidad de tiempo para realizar otras actividades y las cifras lo demuestran: las mujeres en Cuba utilizan más de 21 horas semanales a las labores domésticas y de cuidados, mientras los hombres emplean menos de la mitad en ello”.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Igualdad de Género (ENIG-2016), las mujeres que laboran fuera de casa destinan al trabajo no remunerado casi 10 horas más que los hombres en igual situación. Dicha encuesta pudo entrevistar a 19 189 personas, de las cuales 964 debieron abandonar su empleo para cuidar, y 802 eran mujeres. La Encuesta Nacional de Envejecimiento de la Población de 2017 reveló que aproximadamente el 57 % de la población mayor de 50 años prefiere ser cuidada por mujeres y un poco más del 5 % elegiría a un hombre como cuidador.

roporción de personas de 15 años y más de edad que se ocupan exclusivamente de los quehaceres del hogar.  Fuente: Observatorio por la Igualdad de géneroroporción de personas de 15 años y más de edad que se ocupan exclusivamente de los quehaceres del hogar. Fuente: Observatorio por la Igualdad de género

“Esa situación influye, además, en su participación social y en su autonomía económica. Cuando los ingresos familiares también son insuficientes, no solo afecta la calidad de su labor, sino que muchas veces va en detrimento del tiempo del que disponen”, afirma la especialista.

Esto bien lo vive Rocío que tiene a su cargo a dos ancianas enfermas, una de ellas postrada, y con ninguna tiene vínculo sanguíneo.

“Cuido a mi suegra y a la tía de mi esposo. Sus hermanos se han lavado las manos en el asunto. Mi rutina inicia lavando paños, sábanas, ropa orinada y con heces fecales (a mi esposo ‘eso le da deseos de vomitar’). Además, debo hacer la comida según tres dietas distintas y ocuparme de las tareas domésticas. No puedo desahogarme casi nunca, no podemos ya ir a la playa, o un día sentarnos en el parque, porque ¿quién se queda con las enfermas? Ya casi ni tenemos tiempo para la sexualidad y en mi labor profesional no puedo realizar todos los proyectos que sueño. He mantenido mis dos empleos con salario casi por una cuestión de salir de ese entorno un par de veces a la semana, con la tensión de que cuando llegue, haya sucedido lo peor”.

“Para las mujeres rurales yo siento que esta situación puede ser más grave —opina Damaisy Betancourt Pérez, de Jimaguayú— porque, en mi caso, a la dureza de las tareas domésticas se le añade la lejanía de mi finca. Y yo también quiero distraerme, salir a una fiesta, ir a más cursos de capacitación… pero eso a veces resulta imposible”.

Las mujeres realizan labores productivas y reproductivas como los cuidados. Foto: Archivo fotográfico de CAPROCALas mujeres realizan labores productivas y reproductivas como los cuidados. Foto: Archivo fotográfico de CAPROCA

Cuando acompañamos las postalitas del día de las madres con mensajes como: “Ella nos cuida por amor”, debemos entender que detrás de esa idea romántica hay siglos de dominación y explotación laboral. No es que se ponga en duda el amor, sino porque ha sido un trabajo impuesto, sin derecho a salario, receso ni a vacaciones.

OTRO PUNTO DE MIRA

El fenómeno de los cuidados generalmente se enfoca desde la economía clásica, perspectiva basada en la relación ganancia-beneficio. Por tanto, deja la labor de cuidar en manos de las mujeres y las invisibiliza.

“Por eso es importante posicionarse desde la mirada de la economía feminista, que identifica la división sexual del trabajo y hace una crítica a la naturalización del cuidado como algo exclusivo de las mujeres y a la reproducción de estos roles de género”, explica Georgina Alfonso, directora del Instituto de Filosofía y coordinadora de la Red Feminista Berta Cáceres.

Ella añade que en los espacios productivos cubanos existen varios nudos en ese sentido: “primero, el no reconocimiento del cuidado como trabajo; luego, que los indicadores de eficiencia no incluyen la existencia o no de violencia de género, ni los espacios seguros para las tareas de cuidados. La ocupación de la mujer en puestos de dirección tampoco es directamente proporcional a su empoderamiento económico. De forma general falta comprender que el trabajo no solo puede darle ganancias a la empresa, sino también debe ofrecerle sostenibilidad a la vida”.

¿Quién cuida a la persona cuidadora?

En este contexto, la creación de un sistema integral para el cuidado de la vida constituye una necesidad para solucionar algunos de los retos de la dinámica demográfica cubana. Mirtha Yordi García, profesora Titular de la Universidad de Camagüey y miembro de la red cubana de estudios sobre cuidados señala que este sistema involucra “un conjunto de políticas encaminadas a conformar una nueva organización social, dedicada a redistribuir y reconocer el cuidado como un trabajo, desde una perspectiva de derechos, género e interseccional, y además, donde el Estado sea el garante de dichos derechos sobre la base de un modelo de corresponsabilidad social”.

En Cuba, desde los años ‘60, un grupo de transformaciones sociales estuvo dirigida al apoyo de la labor del cuidado, en beneficio de las personas menores de edad, adultas mayores y en situación de discapacidad. Hoy se requiere una mirada más amplia y una acción consecuente con las aspiraciones de justicia social. Tendencias como la emigración, el envejecimiento poblacional y el embarazo en la adolescencia inciden en el fenómeno de los cuidados, así como las situaciones de crisis y riesgos.

Yodelkis Fajardo Orihuela, secretaria general de la Federación de Mujeres Cubanas en Camagüey, argumenta:

“Realizamos un esfuerzo mancomunado con el Órgano de Trabajo para identificar las mujeres que han debido dejar su empleo formal y apoyarlas con sus necesidades. También tenemos un proyecto de conjunto con Salud Pública, por el cual se realizan cursos de formación a las personas cuidadoras sobre cómo autocuidarse, gestionar su tiempo y buscar el bienestar personal, y también cómo perfeccionar la calidad de su labor. Las personas cuidadoras y cuidadas muchas veces son víctimas de violencia de género, y reciben atención y asesoramiento en nuestras consejerías municipales”.

El reconocimiento, la redistribución equitativa, la remuneración y la reducción del trabajo de cuidados aún constituyen asuntos pendientes. Mientras tanto, hay personas sosteniendo la vida en muchos rincones de este país y sin poder postergarlo. Para aspirar a una justicia social, no podemos seguir agrietando las distancias que hoy colocan a una parte de la sociedad en ventaja y a otra, en vulnerabilidad.