CAMAGÜEY.- La historia de cómo mi abuelo sobrevivió al golpe de estado de Pinochet, allá por el año 1973, permaneció conmigo durante toda mi infancia. Recuerdo a mi mamá, cuando yo estaba en preescolar, hablando de un segundo cumpleaños de él, el día que volvió a nacer.

Por esas fechas no entendí el motivo, por qué un 11 de septiembre, si el verdadero era en mayo. Luego el tiempo y un poco de historia me hicieron consciente de esta fecha, pero, aun así, quedaron espacios en blanco que necesitaba rellenar.

Mi abuelo, Miguel Avalos Maciá, me contó con hondura su vivencia hace solo unos días. Aceptó someterse a un profundo cuestionario, cuya versión magnetofónica dura poco más de dos horas. Allí resultó una aventura humana añejada de sentimientos.

“Todo comenzó con mi llegada a Santiago de Chile, el 17 de agosto de 1973. En los primeros días me dirigí a la Embajada Cubana. Allí me entregaron la guía de trabajo a realizar en Antofagasta, y una serie de indicaciones. Se suponía que yo junto a otros dos colegas cubanos, profesores de Economía Política Marxista, regresaríamos a la embajada el 18 de septiembre.

“El día 22 partí para Antofagasta. En ese momento en Santiago existían luchas callejeras entre la Unión Popular (UP) y elementos de derecha, de ahí la necesidad de extremar los cuidados”, acotó.

¿En qué consistió en un principio ese trabajo en Chile?

—El Presidente Salvador Allende y la UP tenían un convenio de ayuda con Cuba, con interés en el desarrollo de la vivienda prefabricada. Al ser el único ingeniero civil especializado en el tema en el Centro Universitario José Antonio Echeverría (CUJAE), me correspondió cumplir lo pactado con la Universidad del Norte de Antofagasta.

Antes de viajar a Chile, ¿tenías conocimiento previo de la situación de ese país?

—Aunque se conocía el panorama y el personal de Relaciones Internacionales de la Universidad de La Habana habló con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, había que cumplir el convenio… y me tocó. De hecho, fui el último cubano en entrar a Chile. En mi vuelo sacaron a todos aquellos que no eran diplomáticos ni tenían relación de trabajo con este país.

“El viernes 7 de septiembre comentaron en una Reunión de Departamento que el gobierno de Allende no llegaría al día 18.

“El 11 de septiembre llegué a la Universidad a las 8:45 a.m. y me enteré por la radio que se había dado el golpe de estado. Inmediatamente me dirigí a la casa de Felino y Héctor, los otros dos cubanos. Mi intención era avisarles e intentar llegar a la embajada.

“Una vez en el apartamento, de Prats No. 272, donde vivían mis coterráneos, encendimos la radio para estar al tanto. Analizamos que lo mejor era quedarse en casa, pues para entonces la vía a Santiago de Chile estaría bloqueada por el control carretero.

“Después fuimos al Hotel de Antofagasta e intentamos llamar a la Embajada, pero cortaron las comunicaciones. A las 11:20 a.m. salimos a tomar un café. En eso llegaron los primeros transportes blindados del regimiento 5 Esmeralda donde tomaron la Intendencia. Luego arribaron más vehículos blindados y tropas a las gasolineras, plantas de radio e industrias.

“Regresamos al hotel y almorzamos. Llamamos a la Universidad, mas no había nadie. Nos dirigimos a casa para estar juntos antes del toque de queda, que comenzaría a las 3:00 p.m.

“A la 1:20 a.m. del miércoles 12, nos arrestaron un capitán, dos tenientes y 13 carabineros con armas largas, chaleco y casco. Registraron toda la casa, ropas, muebles, papeles y libros, la mayoría de estos últimos, de Marxismo. Nos pusieron contra la pared con las manos en la nuca, mientras nos apuntaban a la cabeza.

“Luego me llevaron al hotel por el medio de la calle para registrar mi habitación. Del hotel a la comisaría de los carabineros y alrededor de las 2:00 a.m. a la Intendencia de Antofagasta. Allí nos esperaba un ‘boina morada’, me pegó por la espalda con una M-3 y me hizo correr escaleras arriba. Posteriormente me llevó al local donde estaban los otros dos cubanos.

“Nos interrogó un coronel del Ejército, que vociferaba. Entre las preguntas que logré entender, ya que el chileno puede sonar bastante diferente al español: qué hacíamos en Chile, a qué chilenos conocíamos de la UP y dónde estaban las armas en la Universidad.

“Cuando terminó dijo que nos interrogaría un coronel de la Fuerza Aérea Chilena y un asistente. Las preguntas eran similares, pero me acusaban de ser especialista en explosivos.

“El coronel nos llevó a la Prefectura Política donde supuestamente nos ‘pasaría la goma’, es decir, nos golpearían con una porra. Llegamos en auto como a las 3:00 a.m. Allí decían que no nos pasaría nada, que eran de izquierda y conocían a Fidel. Nos pusieron en un local y como a las 4:00 a.m. sacaron a Felino, a las 5:00 a.m. a Héctor y a las 6:00 a.m. a mí.

“Me llevaron a un patio oscuro y dijeron ‘prepárate, te vamos a fusilar, tus compañeros ya hablaron todo lo que tenían que hablar’. Me vendaron los ojos y me ordenaron caminar hasta una pared. Busqué a tientas hasta que choqué con esta y comenzó una cuenta regresiva.

“En ese momento, me levantaron en peso dos hombres, uno por cada brazo. Aún con los ojos vendados, me llevaron a una habitación donde me ataron de pies y manos a un sillón. Creo que era de barbero porque tenía donde poner los pies y los antebrazos, y giraba.

“Ese interrogatorio fue el peor. Varias personas preguntaron indistintamente mientras rotaban la silla. Insistían en que dijera dónde estaban las armas. Alegaban que ingresé de forma clandestina al país para preparar al movimiento de izquierda en el manejo de explosivos.

“Respondí que había entrado legal por el aeropuerto Pudawell y que, en el caso de participar en una conspiración, no era lógico esperar a que vinieran a buscarme, cuando ya conocía del golpe de Estado. Después no recuerdo mucho, solo que me sacaron con los ojos tapados y una voz irónica dijo ‘la libraste cubanito’”.

Mientras tanto, la familia en Cuba, contactaba con las sedes diplomáticas en busca de respuestas. Lo esperaron en cada vuelo de los expulsados de Chile. Después de casi un mes de desaparición, las angustias cesaron. Desde Chile había peregrinado por toda la cordillera andina hasta Argentina, donde lo extraditaron a la embajada de Perú, luego de las elecciones de Perón. Solo entonces se supo que estaba vivo. Regresó a su Patria el 6 de octubre. Fue recibido por su esposa, encinta, y sus padres.

Este año, mi abuelo cumple 50 años de poder contar esta experiencia. Como le dijeron, la libró y de qué manera. Solo queda el recuerdo de una historia casi surreal. Y aunque suelta en tono jaranero que “cuando no toca, no toca”, las lágrimas amenazan con desbordar sus ojos cada vez que habla de Chile y el 11 de septiembre.