CAMAGÜEY.- A nuestros estudiantes de Medicina, la pandemia de la COVID-19 les impuso un reto sin precedentes. Desde hace un año realizan en masa las pesquisas hasta cada rincón de la geografía cubana, buscando los síntomas de un virus que cobra vidas cada día en el mundo; sin embargo, ante el repunte de la pandemia en el territorio camagüeyano, han asumido otras tareas en la Zona Roja.
Una de estas estudiantes es Dannelly Espinosa Yero, quien se forma como futura galena en 2do. año de la Universidad de Ciencias Médicas de Camagüey Carlos J. Finlay. Sobre sus experiencias como voluntaria en el centro de aislamiento ubicado en la escuela de Enfermería Pham Ngoc Thach comenta, mientras espera para realizarse un segundo PCR que la devuelva sana a la sociedad.
–¿Cómo llegaste a ser voluntaria de un centro de aislamiento?
–Mi aporte al combate contra la COVID-19 empezó con las pesquisas, pero desde el 11 de marzo de este año cambié de “trinchera”. El secretariado de la FEU de Ciencias Médicas hizo una convocatoria para presentarse como voluntarios en los centros de aislamiento. Acepté y fui a colaborar en la Escuela de Enfermería. Allí se aíslan personas vulnerables, con factores de riesgo como pueden ser la edad, embarazadas, niños pequeños contactos de casos positivos.
–¿Con quién compartiste el trabajo durante este tiempo?
–Creo que fue una suerte trabajar acompañada de un excelente equipo, integrado por una doctora, una enfermera, una licenciada en Estomatología y, por supuesto, una auxiliar de limpieza. Realmente gané una familia en todo ese tiempo.
–¿Y tu familia, la que dejaste en casa? ¿Qué te ha dicho?
–Eso es un tema aparte, pues era la primera vez que salía de casa, pero todos me apoyaron cuando vine a colaborar. Los primeros días resultaron difíciles, porque los extrañaba mucho, pero siempre me decían que fuera fuerte, lo que constituyó una inyección de energía. Creo que estar colaborando aquí también es una forma de cuidarlos a ellos.
–¿Qué te motivó a, como tú misma dices, cambiar de trinchera?
–Cuando comenzó la pandemia en el país, hace un año, sentía como un “bichito” que me pedía hacer algo más. Percibí que necesitaba ayudar a las personas que se veían afectadas de una forma u otra por el virus. Además, considero que es una forma de ser útil a la sociedad. Realmente es el momento histórico que me ha tocado vivir y yo tengo que estar en correspondencia a lo que me exigen los tiempos actuales.
–¿En qué consistía, básicamente, tu rutina de trabajo?
–En estos centros se aprende a hacer de todo un poco. Me levantaba sobre las 6:00 a.m. cada día y repartía el desayuno a los pacientes. Luego ayudaba en cualquier tarea de logística, preparaba partes y hasta los comunicaba. En sí, mi misión era pantrista, pero no dejaba de lado ningún tema de la medicina, para aprovecharlo en mi formación.
–¿Qué de positivo te dejó esta labor en relación con la carrera que cursas?
–Aprendí a ser más humana, a ponerme en el lugar de los demás, una lección básica para todo el personal de la Salud, así como a valorar el trabajo en equipo. Por el año académico que curso no me era permitido que entrara a los pases de visita, pero memoricé desde la teoría todo el procedimiento que se realiza en la práctica. Reafirmé algunos contenidos que la Universidad enseña y velaba por la seguridad de mis compañeros, que se traduce directamente en mi seguridad. Este tiempo fue realmente una escuela para mi formación como futura profesional y cada día me convencí más de que no me equivoqué al elegir como mi futuro la Medicina.
–¿Qué retroalimentación has obtenido de tus pacientes?
–La variedad del carácter de nuestros pacientes no tiene límites, pero el mensaje que más me llegaba era cuando me decían: “siga así que va a ser una buena doctora, va a ser de los médicos que con solo hablarle a los pacientes los va a curar”. Uno no sabe lo que reconforta eso hasta que lo vive.
–¿Conservas un recuerdo especial, algún momento que marcara tu estancia?
–Son muchas experiencias, pero una me marcó de forma especial. Se trata de una niña que en un principio solo debía estar dos días en el centro, pero el panorama cambió cuando su mamá y su hermanito resultaron positivos, por lo que se quedó aislada con su abuela y su bisabuela. Al principio tenía miedo a los médicos, pero ya al tercer día me llamaba para que le diera alguna meriendita. Decía la abuela que desde que estaba allí comía hasta más de lo común. Jugaba conmigo con una ventana de por medio, y su inocencia me marcó mucho, pues aunque ella no veía mi rostro, yo sentía que la ayudaba a estar ahí. No te voy a negar que el día que llegó su resultado PCR negativo me sentí feliz, pero a la vez triste porque me encariñé con ella, a pesar de que nunca pude (por medidas de seguridad) ni siquiera abrazarla.
–Qué experiencia puedes transmitirles a esos jóvenes de otros sectores que tienen interés de colaborar en la Zona Roja, pero sienten miedo al contagio?
–Si pudiera definir mi tiempo como voluntaria en una palabra, sería entrega. Todo aquel que quiera aportar su granito de arena solo tiene que cumplir con las medidas de protección, cuando salen los primeros pacientes de alta y te hacen saber lo agradecidos que están por nuestro sacrificio común, ese miedo simplemente desaparece por completo.