CAMAGÜEY.- José Manuel Caballero Aragón se enorgullece de sus 91 años. La motivación, más que por la cifra, le viene por haber sido partícipe de continuos sucesos de la historia de la Revolución Cubana.

“Martí dijo que había dos cosas gloriosas: el sol en el cielo y la libertad en la tierra”, refiere este buen patriota, amante del campo y de la poesía, quien fuera marcado de manera perenne por la triste emboscada de Pino Tres.

Desde el balance conversa casi inmóvil, con la mirada hacia la puerta de entrada de su humilde vivienda. Viste una camisa azul semiabierta, pantalones verde olivo y unas botas negras. Su imagen se asemeja bastante a la de un miliciano. Siempre ha sido un combatiente. Todavía lo es: labra diariamente las dos hectáreas de tierra que posee en el amplio patio de su casa.

Llegó bien joven de Matanzas para buscar fortuna en una colonia cañera, La Unión, del entonces central Najasa. En ese lugar, tras sufrir en carne propia las duras circunstancias de trabajo y observar las arrogantes actitudes de los esbirros de Batista para con los pobladores, decidió unirse a las fi las de Roberto Reyes Reyes, del Ejército Rebelde; sin embargo, desde mucho antes, en su tierra natal, una situación familiar lo había impactado demasiado: “Vi morir a cuatro de mis hermanos por la falta de dinero para que los atendiera un médico. Pelearía porque ese tipo de situaciones no volvieran a ocurrir en nuestro país”.

Narra Manuel que tras ser aceptado en la tropa por el revolucionario Roberto Cruz, partieron “en los primeros días de septiembre para Oriente, donde interceptamos a Jaime Vega y a la columna Cándido González. Entre sus misiones se encontraba la de crear focos guerrilleros y sumar un mayor número de soldados a nuestras huestes”.

El 26 de ese mes los revolucionarios llegaron a Santa Cruz del Sur, donde habían colocado una mina en la carretera, en las proximidades del central Francisco, que explotó tras el paso del primero de cuatro vehículos pertenecientes a las fuerzas de Batista. En la acción murieron siete militares del tirano, mas la respuesta a la escaramuza no se haría esperar.

“La misión era avanzar por la carretera de Santa Cruz del Sur con destino a Ciego de Ávila. Pero Jaime tomó la decisión de salir en la noche, en los cuatro camiones ocupados en Pino Cuatro. Fidel había dicho varias veces que no podían moverse en vehículos porque podían ser detectados”. La desobediencia cobró muchas vidas.

Así, en la madrugada del 27, una ráfaga de M-16 abrió fuego contra la caravana, secundada por una bazuca que impactó en el vehículo más adelantado. En medio de aquella confusión, no todos pudieron escapar, ni tuvieron la oportunidad para contar los hechos. Los capturados resultaron asesinados, más tarde, en el enclave conocido como La Caobita.

“Yo iba en el cuarto camión, y como el resto de mis amigos, no estaba seguro adónde dirigirme para que las balas no me alcanzaran. Y corrí hasta el cañaveral desde donde, precisamente, venían las ráfagas. En medio de la oscuridad y el desconcierto tuve suerte de salir ileso”.

La crueldad de los oficiales de los “casquitos” era desmedida. El sargento Otaño, después de detenerse la caravana, lanzó dos granadas a los heridos y remató a los moribundos con una ametralladora. “Tal fue su odio y la bilis

vertida que sus propios compañeros lo renombraron como el carnicero. Con la gesta del ‘59, él y su superior, el coronel Suárez Suquet, recibieron debida justicia por su larga lista de crímenes”.

Luego del triunfo de la Revolución, Manuel, fundador del II Frente camagüeyano, laboró en el departamento legal del INRA provincial, donde fue uno de sus creadores. Se desempeñó como trabajador de la ANAP, en la tienda del pueblo, establecimiento situado próximo a su actual vivienda y luego en otras instituciones vinculadas a la agricultura como Acopio, y al fomento del desarrollo de ese sector en el país.

“Me jubilé a los 60 años, pero no me he retirado”, expresa Caballero Aragón mientras abre y cierra sus manos agrietadas, callosas del duro ajetreo con el azadón. “Aquí en mi casa cultivo boniato, maíz, plátano, yuca, calabaza y caña. Me gusta ser productivo”, refiere el anciano, quien mantiene viva en cada pared de la sala la imagen del Comandante en Jefe.

Y recita: “Fidel, con tu ejemplo personal supiste inculcarnos la fe en la victoria, en todo lo que te propusiste hacer por el bien de la humanidad/. Y es que tú naciste para vencer y no para ser vencido”.

Tras una pausa, comenta la necesidad innegable de defender su legado. Los 27 de septiembre son días tristes para Manuel. Siente la pérdida de sus 33 amigos, casi hermanos, como Horacio Cobiellas Domínguez. Pero su alma le susurra que aquellos hombres caídos en la celada del enemigo se convirtieron, a la postre, en rayos de luz que incidieron en la libertad del 1ro. de enero de 1959.