CAMAGÜEY.- En uno de los videos aéreos de la zona oriental de Cuba devastada por el huracán Matthew, alcancé a ver en una de las instalaciones en ruinas, una bandera cubana que ondeaba al viento, erguida y desafiante se me antojó pensar, como aquella con los mismos colores, que enarboló Carlos Manuel de Céspedes un 10 de octubre de 1868 en el ingenio azucarero La Demajagua, para iniciar la guerra de independencia contra el yugo español que padecíamos desde 1492, cuando Cristóbal Colón, al frente de sus naves colonizadoras, protagonizó el llamado “descubrimiento” de la Isla.

Lo de la bandera fue una visión fugaz en aquel universo de desolación, pero no dejó de ser  impactante y conmovedor a la vez, por todo el simbolismo que encerraba, y la lectura de convocatoria que alentaba a seguir adelante, a no cejar en la lucha, a levantar piedra sobre piedra para que todo volviera a ser como antes, o mucho más bello y hermoso que antes, construido o reconstruido sobre los hombros de la nación.

Todavía no hay cifras totales, cálculos a priori hablan de decenas de miles de viviendas destruidas total o parcialmente, al igual que escuelas y edificaciones de todo tipo, productivas o de servicios, vías de comunicación intransitables, circuitos eléctricos y telefónicos destruidos, cables de fibra óptica averiados, bienes materiales de la población perdidos, cultivos arrasados y en fin un panorama desolador que crispa los nervios de los más experimentados y endurecidos ante adversidades de toda naturaleza.

Matthew se ensañó con vientos de 220 kilómetros sobre ciudades como Baracoa, la llamada “villa primada”, por ser la primera que construyeron los colonizadores aquí, y otros poblados de la zona más oriental de Cuba, como Punta de Maisí, lugares por donde cruzó el ojo del huracán, aunque sus bandas azotaron al mismo tiempo con dureza el sur de Haití, y en menor medidas República Dominicana.

Si algo ha llamado la atención de la opinión pública internacional e incluso las instituciones y personalidades especializadas en los asuntos de desastres, no solo ha sido la furia destructiva de este fenómeno atmosférico, sino el sistema y funcionamiento práctico de las medidas preventivas del gobierno y el órgano de Defensa Civil cubanos, que con suficiente antelación pusieron a buen recaudo tanto vidas humanas como bienes materiales para evitar que sufrieran daños irreparables.

Como lo hizo Fidel Castro en su momento al frente de la nación, ahora el presidente Raúl Castro desde que se atisbaron las primeras amenazas de Matthew se colocó al mando del Consejo de Defensa nacional, primero para indicar y constatar la puesta a punto de todo el andamiaje de protección fundamentalmente de las vidas humanas y los recursos estatales y privados, mantenerse después en el puesto de dirección durante los embates del ciclón y posteriormente recorrer las regiones siniestradas para asegurar que todas las heridas abiertas serán restañadas con la mayor prontitud posible, y que ningún cubano, como ha sido hasta ahora, quedará desamparado.

Aquella bandera que divisé durante un pase aéreo televisivo ondeando milagrosamente en una edificación que perdió su cubierta, en las zonas de desastre, hace unos días que cambió de mástil y ahora flamea, con el mismo empuje y patriotismo que aquella del 10 de octubre de 1868, pero no sobre las manos que la izaron para arremeter contra el colonizador español, sino en las de las oleadas de constructores que desde todo el país y en composición diversa, se han dado cita en la zona oriental de Cuba, en magnífico gesto solidario, para borrar las secuelas que el despiadado Matthew les dejó, aunque no pudo arrancarle ni una sola vida.