CAMAGÜEY.- José Martí, el 9 de julio de 1875, escribió en la Revista Universal de México un artículo titulado así de sencillo: Diputado, el que revisado hoy, a la luz de casi 148 años, no pierde vigencia, fotografía las virtudes de quienes abrazan el Parlamento, el más alto escalón representativo del pueblo, por voluntad propia y oído el parecer de sus conciudadanos.
Decía Martí: “Diputado es imagen del pueblo: óbrese para él, estúdiese, propáguese, remédiese, muéstrese afecto vivo, sea el afecto verdad. El talento no es una reminiscencia del feudalismo: tiene el deber de hacer práctica la libertad.
“El hombre útil tiene más derecho a la diputación que el hombre inteligente. El inteligente puede ser azote: el útil hace siempre bien”.
Para el 26 de marzo próximo todos los cubanos estamos convocados a participar, desde las urnas, en la elección nacional de los 470 hombres y mujeres, de los más diversos sectores de la sociedad que integrarán la Asamblea Nacional del Poder Popular, proceso que supone la agrupación de la inteligencia colectiva para definir y cultivar los destinos del país, desde una verdadera fórmula de democracia participativa.
Desde finales de los años ‘90 tuve el honor de representar a más de 1 600 electores de la circunscripción 55 ante la Asamblea Municipal del Poder Popular de Camagüey; conocer sus inquietudes, transmitirlas, exigir a las entidades administrativas seriedad en sus soluciones y en las respuestas, con verdadera transparencia, porque entonces, como hoy, no todo puede solucionarse a la vez y necesita el concurso de la comunidad.
El delegado que asume con entera responsabilidad sus deberes pierde la privacidad del hogar, a donde muchos electores concurren, mas si es capaz de auxiliarse del Grupo de Trabajo Comunitario y de comisiones, como la de Control Popular, tiene parte de la pelea ganada en el ejercicio de poder a esta instancia; sobre todo porque debe integrar además alguna de las comisiones permanentes de la Asamblea Municipal.
En mi caso, asumía la conducción de la siempre complicada Comisión de Servicios, y todo ello, como el resto de los delegados de circunscripción, a la par de mi profesión como periodista.
Sin esperarlo, un día me llegó la notificación de estar propuesto como candidato a diputado. Nunca imaginé que el hijo de una mujer que a los nueve años, subida en una caja de refrescos, cumpliera labores domésticas en la casa de una familia rica en el reparto La Vigía, y del hombre que para el sostén de la familia fuera limpiabotas o fungiera de mensajero de carnicería, alcanzaría el estadio de diputado y echara por tierra la idea de que nuestro Parlamento es elitista.
En la Asamblea Nacional del Poder Popular durante su Quinta Legislatura, de 1998 al 2003 fueron cinco años de duro bregar, de experiencias inolvidables, de aprender directamente de las enseñanzas de Fidel y ver cómo él le prestaba atención hasta a la más mínima intervención de cualquier diputado.
Siempre luché por combatir a los que pensaban que los parlamentarios iban a la Asamblea a levantar las manos y aprobar todo lo que les proponen, sin ninguna polémica. Habrá que pensar en el futuro darles más espacio en la prensa a aquellos debates, sobre todo en las comisiones permanentes, y hechos que ponen de relieve que el diputado no solo representa a su municipio, sino a la provincia y también al país.
A menudo me refiero a la ocasión en que el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros de entonces afectó a unas 200 000 personas acogidas a la asistencia social en el país, pues no tuvo en cuenta a la hora de eliminar el cheque nominativo para la compra en unidades comerciales de artículos industriales de empresas –una medida justa para favorecer la recogida de circulante– una excepcionalidad: al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social que, en definitiva, financia esos gastos.
Planteé el problema en la sesión ordinaria de fin de año, donde se aprueba el presupuesto. Los afectados no eran solo los asistenciados camagüeyanos, sino de todo el país. Terminada mi intervención, Fidel pidió a Ricardo Alarcón, entonces presidente del Parlamento, cediera la palabra al Ministro de Economía y Planificación, con el objetivo de dar respuesta a la justa inquietud. Y a la postre se solucionó la incongruencia.
Lo escrito por Martí hace casi 148 años no contrasta en modo alguno con las exigencias del momento de un diputado: “Hombre encargado por el pueblo para que estudie su situación, para que examine sus males, para que los remedie en cuanto pueda, para que esté siempre imaginando la manera de remediarlos”.
“Se viene a ella por el mérito propio, por el esfuerzo constante, por el valer real; por lo que se ha hecho antes, no por lo que se promete hacer. Los privilegios mueren en todas partes, y mueren para alcanzar una diputación. No es que las curules* se deban de derecho a los inteligentes: es que el pueblo las da a quien se ocupa de él y le hace bien. De abajo a arriba: no de arriba a abajo”.
“Diputado es el que merece serlo por obra posterior y concienzuda; no el que por méritos del azar se mira inteligente y se ve dueño”.
Cuánto orgullo siento, a pesar de haber transcurrido más de veinte años de mi diputación, de haber intentado cumplir cabalmente con esas ideas martianas y con el mandato del pueblo que nos eligió; y mucho más cuando algunas personas al pasar por mi lado aún dicen: “Mi delegado”.
*Curules: Escaños