CAMAGÜEY.- Confío en que nadie quedará desamparado a pesar de la costosa pandemia en rebrote o el incrementado bloqueo de los Estados Unidos. Como la mayoría tengo la certidumbre de que las aguas cogerán su nivel y sé que es muy pronto para pedirle al ordenamiento monetario resultados milagrosos que solo conseguirán el trabajo honesto y la diversidad productiva de bienes de consumo.

Tampoco discrepo con la batida necesaria que inspectores y autoridades del Gobierno encabezan y deben sistematizar frente a esquilmadores del sudor agrario que lucran del bolsillo laboral, en complicidad o no con algunos tenedores de tierra en usufructo que debían pasar de inmediato a ser consumidores pueblerinos para que sientan en carne propia el vergonzoso alza de sus precios anti-populares.

Ninguno de estos especímenes que viven de las necesidades de la población tiene que pagar la atención médica de su familia, la educación de hijos o sobrinos; muchos ni siquiera contribuyen al beneficio estatal que reciben abuelos u otros parientes por la seguridad o la asistencia social que subsidia alimentos y medicamentos por enfermedades crónicas o severas. Aunque los detractores de estas conquistas tapen oídos y cierren los ojos para no estimarlas, son verdades que se contradicen en la histórica alianza obrero-campesina que algunos no quieren asumir.

Sin embargo, la realidad de Camagüey es de mercados limpios o con mucha calabaza, casi la totalidad de las placitas cerradas y algunas carretillas camufladas o en la clandestinidad, con surtidos productos del agro a costos “espaciales” sin más alternativa que lo llevas o lo dejas.

Y qué decir de las ensaladas casi prohibidas hasta para el salario más elevado de la familia: 35 pesos una col pequeña, el tomate impagable, y el pepino carísimo, al igual que la lechuga (escasa como nunca antes en el fin y principio de año), que se expende en algunos organopónicos de la ciudad en grandes cantidades y cuyos mazos fraccionados enriquecen a los furtivos revendedores. En fin, precios celestiales y oferta casi clandestina a cuenta gota.

Sé que esto lo sabe todo el mundo y que casi todo el pueblo lo padece. También se sabe por repetición parecida a la de la buena pipa de los entrevistados de la Agricultura y Acopio (clima mediante) que Camagüey no depende de sus cosechas que no alcanzan sino de otras provincias, aunque muchos pobladores, sobre todo los de mayor edad que en época de coronavirus deben quedarse en casa, conocen que en las ferias de diciembre se vendieron productos provinciales que no hace tanto tiempo se comercializaban en placitas y hasta en vendutas cercanas a los hogares. ¿Por qué no vincular las bodegas a las placitas existentes como se hacía con los ajiacos del 28 de septiembre y del San Juan por cuadra cederista?

Parecerá para los implicados una barbaridad y hasta dirán que no hay combustible ni transporte. ¿Y los carretones de tracción animal qué? Pero para los que hoy peinan muchas canas y no pueden obtener ni un producto del agro y mucho menos entregar la jubilación y la pensión solo en hortalizas y aliños, esa sería la esperanza de que les tocara alguna vez su vianda en la placita cercana, pero de modo seguro, como ahora adquieren el jabón, la pasta, el pollo y otros alimentos.

Todos estamos seguros de que nadie quedará desamparado, pero entre todos hay que intentar la solución colectiva más valedera y menos costosa para la provincia y el país, para que los precios no sigan tras Matías Pérez ante la ausencia de ofertas, mientras muchos establecimientos estatales en Camagüey estén vacíos, cerrados o abiertos sin nada en los estantes.