CAMAGÜEY.- Hace 61 años el Comandante Ernesto “Che” Guevara inauguró con sus propias manos el trabajo voluntario en Cuba.

La primera obra escogida fue el Centro Escolar Camilo Cienfuegos ejecutada en el Caney de las Mercedes en la Sierra Maestra para unos 20 000 hijos de familias campesinas de intrincadas zonas serranas de la actual provincia Granma.

El propio Che, precursor del trabajo voluntario en Cuba, destacó que la ciudad escolar para los niños serranos estaba a cargo del Comandante Piti Fajardo y Walfrido la O, al frente de 300 soldados-constructores rebeldes.

La historia vivida entonces de sus principales protagonistas recoge que el día de la convocatoria del Che, los camiones disponibles no alcanzaron para trasladar el gran número de movilizados voluntarios y decenas de campesinos bajaron por sus medios: a pie, en bestias… para participar en la citada jornada productiva dominical.

Desde ese día, el Che encabezó con su ejemplo las movilizaciones cada domingo hacia la caña, las labores agrícolas, obras de la construcción, los muelles portuarios, turnos fabriles, faenas a las que inyectó la concepción de que tenían que ser más productivas que las jornadas normales de trabajo.

En los días que corren hacia el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), cuyo proyecto de lineamientos de la política económica y social convoca en primer lugar a ser eficientes, productivos, a elevar la producción de bienes materiales, para soltar definitivamente los grilletes quejosos de las insuficiencias internas, de las reales pérdidas financieras por el azote mundial de la COVID-19, los fenómenos climáticos, la crisis global y el criminal bloqueo USA… las enseñanzas del Che están presentes.

Los tiempos son muy distintos: los jóvenes de entonces no están o son muy ancianos, pero la juventud de hoy, forjada en ese legado de voluntad férrea, resistencia y vanguardia, ha demostrado frente a la pandemia y en riesgosas misiones internacionales que la continuidad histórica no es una consigna, solo que es necesario convocar y estimular la juventud que desde pequeña exclamaba “Seremos como el Che” y como decía él, hacer de cada jornada productiva en las faenas agrícolas e industriales jornadas de alegría.

En Camagüey, por ejemplo, cuántos polos agrarios han malogrado sus sembradíos arrebatados al marabú por falta de la fuerza laboral para su atención cultural o recogida de cosechas, incluso, se pierden productos del agro por la inclemencia climática de estas semanas, ante la mirada pasiva de comunidades rurales aledañas a las plantaciones anegadas.

Es verdad que las movilizaciones desde las ciudades populosas o poblados municipales requieren recursos motores, resultan muy costosas y casi improductivas, sin embargo, las familias residentes en los “pueblos rurales” cercanos a los planes agropecuarios y cañeros, pueden trasladarse en carretas, hasta por sus propios medios como los serranos del primer trabajo voluntario, para con su sudor poblar el plato de alimentos que hoy se pierden por falta de brazos.

¿Qué cubano, alguna vez o muchas veces, no ha participado en el trabajo voluntario, ese que reconforta y estimula cuando pronto llega la cosecha recogida al plato del hogar, y uno comenta: este boniato lo sacamos ayer de tal UBPC, de tal cooperativa, o se pasa orgulloso con su hijos, nietos, la familia, por el policlínico, la escuela, la bodega que ayudó a levantar?

La vigencia del Che, las ideas de Fidel actualizadas como el primer día en tiempos de adversidades climatológicas y del Sars-Cov-2, ratifican que el trabajo voluntario eficiente y no para tapar errores administrativos, solo hay que adaptarlo a los nuevos y acelerados tiempos en los surcos o las fábricas, sin transgredir las reglas higiénico sanitarias frente a la COVID-19, pero también libre de equivocada tolerancia frente al brutal bloqueo que continúa hoy, de manera despiadada en especial para prohibir la entrada a Cuba de medicamentos y alimentos.

El trabajo voluntario no es ajeno al proceso en marcha, sigue siendo ese vínculo sudoroso que une a administrativos e intelectuales de todas las ramas con obreros y campesinos en las faenas más rudas; eso sí, no puede constituir un lastre a la economía al tergiversarse su esencia y dejar de ser un complemento de impulso y sobrecumplimiento en cualquier labor productiva que lo reclame necesario.