CAMAGÜEY.- Qué fuera para la mayoría de los cubanos si en la sociedad se entronizara el engendro de sálvese quien pueda, una práctica deliberada del capitalismo para adormecer a los pueblos que lleva directo al neoliberalismo.

No podemos ocultar que en Cuba una minoría se recrea placenteramente en escuchar los insultos y aberraciones de descrédito hacia la Revolución, auspiciados por la maquinaria que no pierde oportunidad en las redes sociales para socavar las bases de una sociedad, que aunque perfectible, dignifica su obra por el bien del pueblo.

En cada hogar hay que sentarse en colectivo a meditar sobre las declaraciones del Presidente de la República, el pasado 16 de julio en una sesión de trabajo del Consejo de Ministros, y sacar de ella los argumentos, que bien funcionan como muro de contención contra las falsedades fabricadas sin sustentos lógicos.

Escuché a una madre decirle a su hija “¿Te imaginas qué sería de nosotros si el Estado no garantizara cinco libras de arroz por persona para los más de 11 millones de habitantes y otros productos que no alcanzan para todo el mes, pero que son un alivio?”. Y la verdad es que se aseguran otros recursos comestibles alternativos fuera de la canasta básica para aliviar la presencia de alimentos en la mesa cubana.

El lunes 20, comenzaron a funcionar en todo el país un grupo importante de tiendas de las cadenas de tiendas Caribe y Cimex para la venta de productos en moneda libremente convertible. Fue una cola más organizada. Pude apreciarlo en el establecimiento Agua y Jabón, de República y San Esteban, donde no tuvieron cabida acaparadores y revendedores.

Desde el amanecer los agentes del orden estaban en vela para que los pillos no burlaran la disciplina. Cuando todavía el reloj no marcaba las nueve de la mañana, hora fijada para la apertura de la tienda, en ese desandar sin rumbo llegó un grupo de muchachos cuestionando la decisión del país de vender en MLC.

Los días van pasando y se busca perfeccionar el sistema comercial. Si algo queda por resolver, en opinión del pueblo, es la necesidad de barrer con los coleros, que adquieren los productos no para consumirlo en el seno familiar, sino para revenderlos.

Nuestros dirigentes gestan fórmulas para coartar a quienes han hecho de este asunto un gran negocio y ante los ojos de mucha gente exhiben champú, jabón y detergente... vendiéndolos a precios exorbitantes y cada día vuelven a la carga agenciándose un número en la cola o vendiéndolos al mejor postor.

Los que tratan de reírse del pueblo, los burlones que poco aportan a la sociedad, tendrán su merecido, más temprano que tarde.